PASIÓN
POR LOS VIAJES Y LA AVENTURA
Nacido en Berdyczów (antes Polonia y
Ucrania en la actualidad) en 1857, Jósef Teodor Honrad Korzenioswski, más
conocido como Joseph Conrad, fue un prolífico novelista, marino y gran viajero.
Conrad, cuya obra explora la
vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, está considerado como
uno de los grandes novelistas en lengua inglesa, a pesar de que no habló esta
lengua de manera fluida hasta después de cumplir los veinte años (y aun así
siempre con un marcado acento polaco).
Solitario y con aire distante, no fue
lo único que definió al personaje y también al autor literario ya que Conrad
siempre se empeñó, algo contradictoriamente, en abordar la vida, la literatura
y el arte desde una apasionada independencia, lo que desde la vertiente
literaria le situó al margen de estilos y escuelas, y desde el punto de vista
de su trayectoria biográfica le llevó al exilio y a abrazar un idioma extraño.
El hecho de preservar siempre celosamente en penumbra determinados aspectos de
su vida, algunos lo atribuyeron a su invencible pudor o a su carácter
proverbialmente reservado, mientras que otros lo consideran sólo una estrategia
literaria con la que mantener vivos el interés y la curiosidad de sus lectores
y críticos.
MARINO
AVENTURERO
Abandonó su nombre polaco original al
tomar la nacionalidad británica, adoptando el de Joseph Conrad con el que es
conocido habitualmente. Nacido en el seno de una familia perteneciente a la
baja nobleza de Berdyczew (en la Polonia bajo ocupación rusa), su padre
combinaba la actividad literaria como escritor y traductor de Shakespeare y de
Victor Hugo, con el activismo político del nacionalismo polaco, objeto de la
represión del régimen zarista, actividad que le acarreó una condena a trabajos
forzados en Liberia. Su madre murió de tuberculosis durante los años de exilio
y cuatro años más tarde su padre, el que se había permitido volver a Cracovia.
Al quedar huérfano a los doce años,
Conrad hubo de trasladarse a la casa de su tío Thaddeusa a Lvov, ciudad
entonces bajo administración del imperio austro-húngaro, y más tarde a Cracovia
donde estudió secundaria. Hastiado de la vida estudiantil, a los 17 años viajó
hasta Italia y luego a Marsella, para terminar enrolándose como marinero a bordo
del buque Mont Blanc (1875).
Esa experiencia cambiaría su vida ya
que con ella nacería una pasión que no abandonó jamás, por la aventura y los
viajes, por el mundo de la mar y los barcos.
De los cuatro años siguientes apenas
se conocen datos. Forman parte de esa etapa que él se empeñó siempre en
mantener en la penumbra de su vida. No obstante, al respecto se tiene cierta
constancia de que durante este tiempo realizó un viaje por el Caribe, además de
ofrecer su apoyo al legitimismo bonapartista, cierto asunto de contrabando de
armas a favor de los carlistas españoles (del que extrajo algún pasaje para su
relato El tremolino) y, según parece,
hasta un intento de suicidio por razones amorosas.
Al filo de 1878 y para escapar al
reclutamiento militar ruso, se trasladó a Inglaterra, trabajando como
tripulante en barcos de cabotaje en los puertos de Lowestof y Newcastle,
ocupando sus ratos de ocio a bordo con una afición un tanto sorprendente para
un joven marinero extranjero: la lectura de Shakespeare, lo que le permitió ya
a los 21 años un amplio dominio del idioma inglés, lengua en la que escribiría
después toda su obra y en la que se consagraría como uno de sus autores
clásicos.
Tras obtener la nacionalidad inglesa,
pudo presentarse a los exámenes de aptitud de oficial de la marina mercante
británica, navegando en el Duke of
Sutherland, Highland Forest, Loch Etive, Narcissus, entre otros. Tras
obtener el título de capitán, desempeñó dicho cargo en los barcos Torrens y Otago, éste último de bandera australiana.
Al llegar el Imperio británico a su
máxima expansión durante el último cuarto del siglo XIX, las necesidades del
comercio a gran escala y a larga distancia por vía marítima entre la metrópoli
y el rosario de colonias, factorías y puertos que se extendía por todas las
costas del mundo, junto con las nuevas tecnologías de la siderurgia y el
perfeccionamiento de la máquina de vapor, produjo una crisis en la técnica
secular de la navegación impulsada por el viento, debido a que los barcos de
vela, pese al romántico canto de cisne de los rápidos Clipper, era incapaz de competir en velocidad de carga y mayor
fiabilidad de transporte en los grandes vapores de acero.
Enfrentado a la encrucijada de esos
dos mundos que se cruzan sin comprenderse e ignorándose, uno, el dominado por
el imprevisible capricho del viento, el de la dura y secular técnica de la
navegación a vela y, el otro, el de la esclavitud por la tiranía de la
puntualidad y la deshumanización de la vida a bordo, Conrad tomó partido
ardiente por el primero, aun sabiendo que estaba irremisiblemente condenado a
sucumbir, legándonos, ese es su mayor valor, una galería irrepetible galería de
tipos humanos, armadores, oficiales, capitanes y marineros, que lo convirtieron
en uno de los clásicos de la literatura del mar, a la altura de otros
escritores como Melville y Stevenson.
Como llegó a reconocer en el prólogo a
la edición de El espejo del mar, fue
gracias al bagaje vital adquirido durante sus años como marino, los episodios
vividos durante aquella época, los tipos humanos que pudo conocer y las
historias que escuchó en los puertos o durante las tediosas horas a bordo, los
que modelaron ese universo geográfico y moral en el que el individuo aparece
confrontado en solitario a las fuerzas desatadas de una naturaleza hostil o
amenazadora, junto a una fuerte carga de pesimismo respecto a la condición
humana y en relación al papel de la civilización, esto último objeto de su
relato El corazón de las tinieblas,
en el que narró de forma oblicua las atrocidades que se estaban cometiendo contra
la población indígena en el estado libre del Congo.
En El
corazón de las tinieblas, Joseph Conrad describió el viaje realizado al
Congo a finales del siglo XIX y cuando se publicó, fue tachado de escritor
incómodo por quienes dirigían las oficinas coloniales de Londres y Bruselas.
Años después sería calificado de racista por los intelectuales del nuevo
africanismo. George Orwell, sin embargo, un autor nada sospechoso para los
críticos del colonialismo, escribió sobre él: “Conrad es uno de los pocos verdaderos novelistas que posee
Inglaterra”.
El argumento de su novela sirvió de
inspiración a Francis Ford Coppola para rodar el film Apocalypse Now sobre la
guerra de Vietnam.
SU
VIDA COMO ESCRITOR
Tras lograr la nacionalidad británica
(1886) y escribir su primera novela La
locura de Almayer, en 1894, a la vuelta de su último viaje a Australia,
conoció a la que sería su mujer, Jessie George, con la que se casó dos años
después y residiendo a partir de entonces en el sur de Inglaterra, ya dedicado
exclusivamente a su labor literaria. En aquel tiempo trabajó para varias
editoriales y llegó a publicar: Un paria
de las islas (1896) y al año siguiente Salvamento,
El negro del Narcissus y Una avanzada
del progreso.
Durante aquellos años llegó a conocer
a otros destacados escritores como Rudyard Kipling, Henry James y A.G.Wells,
colaborando con Ford Madox Fox en la novela Los
herederos.
En 1898 llegó a pasar dificultades
económicas debido a su gran afición al juego, por lo que trató infructuosamente
de regresar a la marina. Dos años después escribió Tifon y Lord Jim, una de
sus más conocidas novelas, que incluso fue llevada al cine protagonizada por el
actor Peter O’Toole y en la cual llegó a evocar el traumático accidente que
sufrió a bordo del vapor Palestine y
que estuvo a punto de costarle la vida. Lejos de ser una convencional película
de aventuras, Lord Jim profundiza en
la personalidad del personaje, un hombre angustiado, con tintes suicidas, que
busca redimirse ante sí mismo, más que ante la propia sociedad.
En los años siguientes publicó con
suerte desigual: Nostromo, El espejo del
mar y El agente secreto. No obstante, sufrió depresiones y otros
problemas de salud, además de continuar inmerso en problemas económicos.
En 1913 le visitó Bertrand Russell y él le devolvió la
visita viajando a Cambridge. Al año siguiente y durante un viaje por Polonia,
estalló la Primera Guerra Mundial, motivo por el cual la familia tuvo que
regresar a Inglaterra por Austria e Italia.
En 1916 el Almirantazgo le encargó
diversas comisiones de reconocimiento por varios puertos británicos.
Al finalizar la guerra, se trasladó a
Córcega y en 1923 viajó a Estados Unidos. Poco antes de morir, en agosto de
1924 aún tuvo tiempo para rechazar un título nobiliario que le ofreció el
gobierno inglés.
CREACIÓN
LITERARIA
Sus experiencias y personajes
relacionados con el contrabando de armas a favor de los carlistas aparecen
descritas en La flecha de oro (1919),
especialmente su protagonista, doña Rita, trasunto literario de una amante
española que tuvo en esos años, mientras que algunas de sus escalas como
marinero en la costa asturiana quedaron descritas en La posada de las dos brujas (1913).
Algunas de sus obras se han etiquetado
como románticas, aunque Conrad normalmente suaviza el romanticismo con los
giros conflictivos del realismo y la ambigüedad moral de la vida moderna. Por
esta razón, muchos críticos lo han situado como precursor del modernismo. Gran
parte de sus obras se centran en la vida de los marineros en el mar.
Su primera novela, La locura de Almayer, fue una historia
de Malasia escrita en inglés en 1895. Se debe recordar que la llamada lingua franca de la gente culta en la
época era el francés, la tercera lengua de Conrad, tras el polaco y el ruso, de
manera que es altamente notorio que pudiera escribir de manera tan fluida y
efectiva en su cuarta lengua.
Su obra literaria colma la laguna
entre la tradición literaria clásica de escritores como Charles Dickens y
Fyodor Dostoievsky y las escuelas modernistas literarias. Resulta interesante
que Conrad menospreciara a Dostoievsky y a los escritores rusos por norma
general, con la excepción de Iván Turgénev.
Junto al autor norteamericano Henry
James ha sido llamado escritor pre-modernista, y asimismo puede enmarcarse
dentro del simbolismo y el impresionismo literario.
Joseph Conrad, prolífico escritor,
gran aventurero y marino, falleció de un ataque al corazón en 1924, siendo
enterrado en el cementerio de Canterbury. En su lápida se encuentran inscritos
unos versos de Edmund Spencer que dicen:
El
sueño tras el esfuerzo,
tras la
tempestad el puerto,
el
reposo tras la guerra,
la
muerte tras la vida harto complacen.