SIETE AÑOS EN EL TÍBET
Montañero austriaco, deportista,
geógrafo y escritor nacido el 6 de julio de 1912 en la ciudad de Hüttenberg, en
una escarpada zona de la región sureña de Corintia (Austria), desde su infancia
mostró un gran amor por el montañismo y estudió deporte y geografía en la
ciudad de Graz. En 1936 participó en los Juegos Olímpicos de invierno de Berlín en Garmisch-Partenkirchen, en la
competición de esquí alpino combinado.
Harrer realizó con varios compañeros
la primera ascensión de la cara norte del Eiger en Suiza el 24 de julio de
1938.
Fue especialmente conocido por su
libro Siete años en el Tíbet en el
que relató su vida en el Tíbet durante la Segunda Guerra
Mundial y años posteriores, en los que llegó a conocer al Dalai Lama.
Durante una expedición en 1939 para
escalar el Nanga Parbat en
el Himalaya (una cima en la que desde los primeros intentos en 1935,
un total de once escaladores alemanes perdieron la vida intentando llegar a la
cumbre, de ahí su renombre de “montaña asesina”; nadie lo logró hasta 1953), estalló la Segunda Guerra Mundial y Harrer fue capturado por las autoridades coloniales británicas, siendo llevado a un
campo de prisioneros. Harrer tenía entonces 27 años.
En 1944,
tras cuatro años y medio de reclusión e intentar la huída en varias ocasiones,
Harrer y su compañero Peter Aufschnaiter, lograron escapar del campo de concentración británico,
situado a las afueras de la localidad de Dehra Dun,
al norte de la India.
Durante los siguientes veintiún meses permanecieron ocultos
en aldeas remotas, habiendo cruzado infinidad de pasos de montaña y recorrido
miles kilómetros de distancia en un territorio con una altura promedio de más
de 4.500 metros
sobre el nivel del mar. El paisaje que se ofreció ante sus ojos les pareció un
atisbo del paraíso. Habían viajado a pie y a lomos de yak, con el tiempo
aprendieron el tibetano cerrado de las gentes del interior, se encontraban
hambrientos y vestidos con harapos de piel de borrego y medio lisiados, hasta
llegar a la ciudad prohibida de Lhasa, donde pobres y
andrajosos se entregaron a la misericordia de una noble familia tibetana. Al
igual que le ocurrió a Marco Polo, fueron muy bien recibidos y ellos a su vez ofrecieron
sus habilidades científicas occidentales, por las que fueron recompensados.
Poco sabía entonces Harrer que sobre
los tejados del palacio de Potala, de vez en cuando un niño de apenas once años
iba y venía con sus binoculares y telescopios, los cuales apuntaba hacia la
gente que vivía y llevaba a cabo sus actividades cotidianas en las calles de
Lhasa. El niño al que todos los tibetanos contemplaban como a un dios, la
encarnación misma del Buda de la
Compasión, por aquel entonces ocupaba la mayor parte de su
vida en el estudio y la plegaria, estando preso de habitaciones oscuras y con
pocos visitantes. Aquel niño bien pronto se percató de la presencia de los dos
extranjeros y trató a gran distancia de no perderles en su campo de visión. Su
terraza era su única ventana al mundo.
El Tíbet estaba completamente cerrado
a la presencia extranjera y un personaje como Harrer, residente ilegal en la
tierra de las nieves, con pelos y barba larga, de habla tibetana campesina, no
podía ser más que un sospechoso. Pero habiendo llegado a esta lejana
tierra con tanto esfuerzo no podía concebir tener que abandonarla.
Gradualmente su vida y la del niño-dios empezaron a coincidir en algunas
ceremonias, hasta que fue llamado a su presencia. Harrer se hizo amigo del
joven Dalai Lama, descubrió el esplendor del budismo tibetano y se convirtió en
preceptor del líder espiritual y temporal de los tibetanos.
En los meses sucesivos, Harrer le
enseñó los fundamentos de las matemáticas, geografía, ciencia e historia y, de
alguna forma, le abrió la ventana al mundo contemporáneo, a los trágicos
acontecimientos de la
Segunda Guerra Mundial y las controvertidas personalidades
que intervinieron en la misma. Harrer fotografió el Tíbet lentamente,
comprendiéndolo y acostumbrándose a la virtud de la tolerancia. En parte
gracias a su ayuda, el joven Dalai Lama empezó a armar el rompecabezas del
mundo exterior hasta que la invasión china de su país puso fin a su inocencia
política y a los años de convivencia con Harrer en el Tíbet, quien más tarde
afirmó fueron los años más felices de su vida y curiosamente el resultado de
una casualidad.
Documentó sus experiencias en aquel
lugar a través de su libro Siete Años en el Tibet que fue publicado en 1952
y traducido a 48 idiomas. El relato de Harrer, las tribulaciones de un par de
despreocupados jóvenes escaladores atrapados por la historia, ha seducido a
millones de lectores. Posteriormente, incluso fue rodada una película en 1997
y dirigida por Jean Jacques Annaud
con el mismo título y basada en sus escritos.
Sus últimos años de vida estuvieron
marcados por la información publicada en el semanario Stern, en la que se afirmaba que había sido miembro del partido
nazi desde
1933, cuando esa formación alcanzó el poder en Alemania. En un principio Harrer
hizo lo posible por negar las acusaciones de haber pertenecido a las temidas
SS, pero a medida que éstas venían avaladas por más y más pruebas decidió desaparecer de la vida pública. Al respecto, sus
defensores argumentaron que el escalador se afilió al partido nazi para poder
participar en las expediciones organizadas entonces por los alemanes al
Himalaya. Finalmente se vio obligado a reconocer su pertenencia al cuerpo
paramilitar nazi, lo que consideró como un error, y
aseguró que nunca había desarrollado ninguna actividad dentro de las SS.
Convertido en uno de los grandes
portavoces en Austria de la causa tibetana y del budismo, en la primavera de
1982 volvió al país que, según él mismo, se había convertido en su segunda
patria. A su regreso escribió el libro Reencuentro con el Tíbet, manifestando al
respecto: “Mediante este libro deseo
demostrar principalmente cuánto y cuán precioso patrimonio cultural se ha
perdido y lo importante que es hallar un camino para asegurar la independencia
y la patria de un pueblo fascinante en tantos aspectos, de un pueblo cuyo
destino me preocupa mucho”.
El 7 de enero de 2006, a los 93 años de
edad, Heinrich Harrer abandonó el mundo, quizás para emprender su más
arriesgada aventura hasta la fecha y en su memoria Su Santidad el Dalai Lama
escribió en un mensaje de condolencia para su esposa: “Heinrich Harrer fue mi amigo personal
y me enseñó el inglés ¡un maestro
austriaco de inglés!... Cuando lo conocí por vez primera en 1949 el
provenía de un mundo con el que yo no tenía familiaridad. Aprendí muchas
cosas de el, particularmente acerca de Europa… Quería tomar esta
oportunidad para expresar mi inmensa gratitud y apreciación para su
trabajo de concienciación acerca del Tíbet y el pueblo tibetano gracias a su
tan conocido libro ”Siete años en el Tíbet” y las muchas conferencias que dio a
lo largo de su vida…. Sentimos que hemos perdido un leal amigo de
occidente, quien tuvo la rara oportunidad de experimentar la vida en Tíbet por
siete largos años antes de que nuestro país perdiera su libertad. Los
tibetanos siempre recordaremos a Heinrich Harrer y le extrañaremos
grandemente….”