India, el embrujo de Oriente. Descubrirla
supone la más inolvidable de las experiencias porque significa tanto como
adentrarse en un sueño, en un mundo exótico y misterioso repleto de fenómenos
visuales donde, aún hoy, la fantasía sigue siendo infinitamente superior a la
realidad.
Hay que borrar cualquier imagen banal de la
mente y abrir bien los ojos para sumergirse bajo una catarata de sensaciones y
contrastes que sorprenden a cada paso, olvidar todo aquello que pueda influenciar
desde la óptica occidental y abandonarse a una orgía de luz, olor, sabor y,
especialmente, color… porque todo en la península indostánica tiene la irresistible
seducción del color. Un maravilloso y excitante color, miles, infinidad de
ellos, y a decir verdad aturden, embriagan, confunden y terminan por cautivar
hasta límites insospechados.
Desde el purísimo blanco del mármol del Taj
Mahal hasta el ocre rojizo de las fortalezas mogoles de Fatehpur Sikri, Agra,
Jaisalmer y Gwalior o el tenue rosado de la fastuosa Jaipur.
El púrpura, añil, amarillo, granate… de los
saris que engalanan a mujeres de tez oscura y delicada belleza de la tierra rajasthani, o el rojo, verde, azul,
incluso blanco, de turbantes, kurtas
y achkan de las gentes que deambulan
por las abigarradas callejuelas de Chowringee en Calcuta, los alrededores de la
bahía en Mumbai o Chandni Chowk en el corazón de la vieja Delhi, sin olvidar el
anaranjado de las túnicas budistas en las estribaciones del mítico Himalaya.
Los cautivadores reflejos de madreperla, jaspe,
ónice coral, turquesa… de los lujosos palacios rajput, el verde intenso de la exuberante vegetación en torno a las
serenas playas de Goa o los destellos plateados del crepúsculo sobre la costa
de Bengala y el amarillento de las suaves y sinuosas dunas del Thar calcinadas
por el sol.
El grisáceo oscuro de los templos de Ellora,
Ajanta, Khajuraho y Konark, erigidos con auténtico fervor de eternidad, o el
más claro de la neblina sobre el cauce del río Yamuna después de la lluvia
monzónica.
El nítido azul del cielo sobre el Índico o de
los estanques que rodean palacios y mezquitas amparados en ancestrales leyendas
de reyes y guerreros.
El verde lujurioso de las regiones
meridionales de Kerala o Tamil Nadu, o bien el de la hermosa Cachemira que
transpira naturaleza viva y en la que las tonalidades otoñales compiten
rabiosamente con las flores rosas del manzano, los campos de azafrán y los
lagos salpicados de lotos azulados.
El matiz castaño de los templos de Orissa,
obra de fanáticos perfeccionistas del arte. Shiva, Ganesh, Vishnú, Kali… La
piedra les representa y su color resulta imperecedero, un color impregnado de
sabiduría, de siglos de historia y arraigada devoción hacia las divinidades.
Incluso el sagrado Ganges, creador de vida y
fuente espiritual del hinduismo, también aglutina todos los colores para
purificar a quienes se sumergen en sus aguas en un fascinante amanecer dorado
sobre los ghats de la atormentada Benarés.
Y si cualquier manifestación religiosa rezuma
el más acendrado misticismo, las ferias, mercados y luminosos festivales no son
sino una explosión capaz de absorber los sentidos a cualquier foráneo no preparado
para semejante alarde, calidoscopio indescriptible y un verdadero paraíso para
el fotógrafo ávido de captar imágenes en cualquier rincón de este sorprendente
país.
Lo atractivo de cada imagen, de cada
secuencia, una panorámica de algún lugar remoto, el rostro arrugado de un
anciano, los ojos brillantes de un niño, la encantadora sonrisa de una mujer… colores
vivos unos, indefinidos otros . Belleza ensalzada hasta el infinito esplendor.
Violeta, anaranjado, negro, bermellón, ocre… otra
vez rojo, amarillo, azul intenso, granate, blanco, verde… Una sinfonía
multicolor. Toda una vorágine que invita al éxtasis ante los siempre atónitos
ojos de quien los contempla.
LA OTRA CARA DE LA INDIA
Quisiéramos compartir con nuestros lectores algunas fotos curiosas de esta maravillosa
India y de la que, a pesar de todo, dicen que es un país emergente.
En India, sus
gentes tienen menos pero, sin duda, comparten más.
Quizá el secreto radique
en conformarse con menos. La crisis que explican en Europa, para la India no es
más que una “comida de coco“.
Muchos canales de televisión y poco disfrute, mucho
móvil pero poca comunicación en familia. Quizá ahí radique una de las claves de
la auténtica felicidad.
Las
grandes ciudades como Mumbai, Calcuta, Nueva Delhi, Chennai o Bangalore, con
ansiada modernidad no cesan de construir desafiantes edificios a un ritmo
realmente trepidante. Sin
embargo, también albergan algunos de los mayores barrios de pobreza que existen
en el continente asiático y muy probablemente en todo el mundo.
Los extranjeros solemos hacer siempre
hincapié en los pobres que malviven en la India, sin percatarnos o no queriendo asumir
quizás, que en nuestros países de origen también los hay y cada vez en un
número más creciente. Lo que sucede realmente es que a la hora de recurrir a
las estadísticas, en éste país las cifras se disparan con mucha facilidad. La llamada mayor democracia del mundo, siempre derrocha adjetivos
superlativos.
En la cuna de
Mahatma Gandhi, el hombre que trató de hacer reflexionar a la humanidad con su
mensaje de paz y tolerancia, se asegura
que son casi quinientos millones los indios que sobreviven por debajo del
umbral de la pobreza. Por el contrario, existe una cifra similar que supera los
niveles de la opulencia. India cuenta con el mayor número de multimillonarios
de nuestro planeta y éstos, por contraproducente que pueda parecer, viven de
aquéllos. Los pobres son la riqueza del país, porque con sus ínfimos salarios a
cambio de trabajar sin límites, se convierten en la mano de obra indispensable,
la columna vertebral india para que todo funcione, ya sea en talleres, fábricas
o cualesquiera sectores industriales o comerciales.
Dicho de otra manera, para que existan
pistas de tenis, clubes sociales del más alto nivel, campos de golf, lujosos
hoteles, hipódromos o edificios con aire acondicionado, es necesario que cada
vez haya más indios revolviendo entre las basuras, durmiendo en chabolas de
plástico junto a las vías de los ferrocarriles o en las estaciones y mendigando
a los turistas por todas partes. La mayoría de ellos son simplemente trabajadores
que están al mismo borde de la inanición y que con un dólar diario no tienen
derecho absolutamente a nada. Eso los más “afortunados”, por supuesto.
La antigua Bombay tiene, por lo
general, un clima muy caluroso, aparte de un índice de humedad muy elevado, y
ello propicia que se viva mucho al aire libre, en la calle. Y, por tanto, la
mendicidad sea mucho más visible que en otros lugares del mundo.
Pero la historia no es de ahora, data
de muchos años atrás. En los siglos XVII y XVIII, en las épocas de la Compañía de las Indias
Orientales, la mano de obra india ya fue objeto de una constante explotación a
causa de lo barata que resultaba. Y en el siglo XIX y parte del XX fue el
trabajo de los sufridos coolíes la
base sobre la que se erigió y sostuvo el Raj británico.
Los pobres, muy a pesar de la
modernidad, los avances tecnológicos y de todo tipo, siguen formando parte de
cualquier paisaje de la India.
Quienes suelen progresar en la vida de
forma rápida y generalmente sin escrúpulos, los nuevos ricos de la ciudad, son
quienes inciden en hablar de que existe una nueva Mumbai, un auténtico milagro
económico, un boom, como suele
decirse. Resulta curioso que, por el mero hecho de haberle cambiado el nombre a
esta gran urbe, parece que todo sea diferente y la misma haya resurgido de sus
propias cenizas. Algo que llama la atención, precisamente en los indios,
ansiosos porque el resto del mundo les admire y les tenga en cuenta, pero que a
la vez son, muy posiblemente, los seres humanos que sienten de forma más
arraigada auténtico respeto y profunda vinculación a su pasado anclado en
siglos de historia.
Puede que el visitante encuentre una
Mumbai diferente, pero en el fondo seguía siendo la misma de siempre, con sus
males y defectos endémicos. Cabe considerar de entrada que en un país que ronda
los 1.200 millones de habitantes nada es fácil y sí resulta todo muy
complicado. Nadie pone en duda que sea una nación emergente, como dicen los
expertos en economía, pero lo que sí está claro es que en temas como la superpoblación,
las castas, la corrupción y el hambre, las soluciones permanecen estancadas.
La superpoblación ahoga a la India y cerca de la mitad de
sus habitantes tiene una edad inferior a los 25 años. A diario, se ha calculado
que entre trescientas y cuatrocientas familias emigran a las grandes ciudades
en busca de una oportunidad. De ellos, muy pocos lograrán salir adelante. Hay
que tener en cuenta que el promedio por familia es de cuatro o cinco personas.
Muy a pesar de que el sistema
hinduista de castas ha decrecido en las últimas décadas, sigue teniendo una
influencia decisiva en determinados, sino en todos, sectores de la sociedad y
su rigidez impide, sin lugar a dudas, el progreso de muchos pobres.
Nadie pone en duda la buena voluntad
de los diferentes gobiernos que han regido y rigen la mayor democracia del
mundo, a la hora de anunciar en época electoral su batalla contra el hambre,
pero a la hora de la verdad todo queda en simples palabras y el problema sigue
creciendo cada vez de forma más acuciante. La mortalidad infantil asciende a
cifras más que alarmantes, cada año mueren 1,7 millones de niños debido a la malnutrición y las
enfermedades que de ella se derivan. Y en el trasfondo del tema está el hambre.
En lo concerniente a la corrupción
sabido es que bien pocos países y sus gobernantes escapan a la misma. Por
desgracia se extiende por todo el mundo. En la India muy especialmente, el cáncer de la
corrupción es uno de los mayores obstáculos para su desarrollo.
Basta con observar estas
simpáticas, pero reales imágenes de la vida cotidiana, para comprobar como vive
el 80% de un país con la segunda mayor densidad de población mundial. Y sus
gentes, que son el mejor activo que tiene la India, sin lugar a dudas, no
tienen cobertura sanitaria, ni paro, ni conocen eso que llaman el Estado del
Bienestar.
La India no es suficiente con observarla, hay
que vivirla.