Nos hubiera gustado publicar en estas páginas
un reportaje positivo y entusiasta sobre Barcelona, pero en la actualidad la
Ciudad Condal no tiene nada que ver con aquella vibrante y apasionada que vivió
las jornadas de los muy recordados Juegos Olímpicos del 92, absolutamente nada
que ver.
La Barcelona de hoy sigue recibiendo
turistas, no en balde reúne muchos atractivos culturales y un patrimonio
arquitectónico fantástico, sin embargo, quienes muestran un manifiesto descontento
son los barceloneses normales que están insatisfechos y no se sienten cómodos
en su propia ciudad. Y tienen sus motivos.
Según informaciones publicadas, el índice de
criminalidad ha aumentado de forma harto alarmante, del mismo modo crecen los
robos con violencia y demás actos vandálicos. La seguridad se ha convertido en
un grave problema en los últimos meses. La gente no se siente segura y hay
algunos barrios en los que circular por sus calles se ha convertido en un
motivo de preocupación.
Cierto que, al parecer en las últimas fechas
hay más vigilancia y los miembros de los cuerpos de seguridad patrullan en
algunos sectores, dando en lo posible una sensación de más control. Pero lo
cierto es que los delincuentes siguen campando a sus anchas, sabedores de que
en su mayoría (90-95%) después de ser detenidos apenas si tardan unas horas en
volver a quedar en libertad.
Las líneas regionales de ferrocarriles tienen
problemas con demasiada frecuencia, anulaciones, retrasos, etc. dejando a los
usuarios sin los servicios que deberían tener. El transporte público, sigue
siendo un problema endémico, además de los aparcamientos, las conexiones con el
aeropuerto, los pisos ocupados por traficantes, manteros, peleas callejeras…
Son muchos quienes aseguran que Barcelona ya no figura entre las mejores
capitales europeas y ha descendido considerables puestos en el ranking.
La alcaldesa, que sigue muy preocupada por
salir en televisión y en las fotos de los periódicos, continúa sin hacer
autocrítica con su gestión y no hace más que repetir una y otra vez que “la
culpa es de los demás”. Ella quiere suprimir la circulación de los coches por
la ciudad, pero para eso hay que mejorar y mucho el transporte público. Y no es
el caso.
¿Por qué? ¿Debido a que tiene que asumir los
problemas de una gran ciudad?
Mentira. Una gran mentira.
Lo que sucede es que quienes gobiernan no lo
hacen. En lugar de preocuparse por los ciudadanos, en la mayoría de los casos
están ocupados en otros menesteres, como alentar manifestaciones, discutir constantemente
las decisiones del gobierno del país, reunirse con sus partidos para no
solucionar nada, colocar símbolos, banderas y hasta abrir nuevas embajadas en
países extranjeros, todo ello sin darse cuenta de que los extranjeros son eso,
extranjeros, pero no son tontos. Si vienen, ellos saben sobradamente la
Barcelona que se van a encontrar, de hecho en muchos periódicos de allende
nuestras fronteras ya se publican informaciones no aconsejando visitar la
Ciudad Condal por falta de seguridad.
Y entre todo este desbarajuste de
organización ciudadana, el barcelonés normal, el que estima a su ciudad y en la
que quiere sentirse como en su casa, el afortunado trabajador que cada mañana
acude a su lugar de labor o el pensionista que sólo pretende vivir en paz y con
tranquilidad, se sienten defraudados e insatisfechos porque observan como la
ineptitud de quienes gobiernan sólo acarrea inconvenientes que les hacen
mostrar un ostensible disgusto por vivir en su propia ciudad, una Barcelona que
ya no es lo que era.
Lamentablemente es así. Nos hubiera gustado
publicar un reportaje brillante y positivo sobre Barcelona, pero, al menos por
el momento, ello no es posible. Mientras tanto, la ciudad sigue languideciendo
paulatinamente. Mucho tendrán que mejorar las cosas o cambiar los políticos y
gobernantes que son los máximos responsables. Paciencia, más paciencia.