REY DE LA SELVA
AMAZÓNICA
El
cielo, de un azul profundo, se comba sobre la selva como un escudo protector.
El sol a duras penas consigue atravesar el espeso follaje, y su luz parece que
rebota en el gigantesco tejado de las copas de los majestuosos árboles rodeados
de plantas trepadoras, que asemejan las columnas de una gigantesca catedral,
esperando escuchar, de un momento a otro, un himno glorioso. El ambiente parece
adormecido. En el aire se adensan los vapores y la atmósfera se convierte en
casi irrespirable. La colosal flora se agosta en el calor insoportable.
Al
atardecer, cuando van desapareciendo los últimos rayos de sol, una bruma
compacta se suspende sobre la tierra, precediendo a la oscuridad que lo cubre
todo y llena el aire de un olor a musgo, lianas y plantas en descomposición. De
vez en cuando surgen en la profundidad de la selva unos ruidos inciertos e
imprecisos. De repente, amparada en el silencio más inquietante, surge una
sombra amenazadora. El jaguar, el más temible de los félidos americanos, se
despereza e inicia su cauteloso vagar por la selva amazónica. Los nativos le
temen porque conocen sus hábitos y saben que acaba de iniciar la cacería.
DEPREDADOR NOCTURNO
El
jaguar ocupa un lugar muy importante dentro del mundo de las fieras salvajes.
No en vano, es el más grande y feroz, aparte de ser el único representante del
género panthera del continente
americano. Podría decirse que es el equivalente al leopardo afroasiático, se le
asemeja mucho por su apariencia física, pero acostumbra a ser de mayor tamaño,
cuenta con una constitución más robusta, y su comportamiento y hábitat son más
acordes a los del tigre.
El
vocablo jaguar proviene de yagua,
palabra india que significa fiera. Se lo conoce por muchos nombres derivados,
dependiendo de la región en la que se encuentra. Así los oyampis de la
Guayana le llaman yahuaré,
los omayas yaguarazú y los guaraníes le conocen como yaguareté. En Brasil se le conoce como onça pinta, aunque normalmente se le conoce como tigre americano o
jaguar.
Acostumbra
a medir entre 150 y 180
centímetros desde la boca hasta donde arranca la cola.
Su altura puede alcanzar los ochenta centímetros y la cola alrededor de unos
setenta centímetros. Su peso ronda los 120-130 kilos en los individuos más
corpulentos.
En
cautividad suele alcanzar los veinte años de vida, unos seis o siete más de lo
que suelen vivir en libertad. Cuando se encuentran en la selva, vagan
solitarios a excepción de la época de cría. En el momento en que la hembra está
en celo se une a un macho, que la cubrirá. Tras una gestación que puede durar
entre 95 y 110 días, nacen de dos a cuatro pequeños totalmente ciegos.
El
jaguar recién nacido pesa entre 700 y 900 gramos y no abre los
ojos hasta transcurridos unos quince días. Poseen un pelo más tupido, largo y
oscuro que los adultos, pero sin manchas ni anillos. El color definitivo lo
adquiere a los siete meses de vida.
El
jaguar macho puede permanecer un año con la hembra, pero lo más habitual es que
la abandone antes del parto. El resto de la familia permanece unida durante un
par de años. Esto implica que las hembras crían, como mucho, una vez cada dos
años. A lo largo de este tiempo, los pequeños jaguares deben ir aprendiendo un
aspecto fundamental en la vida de todo depredador, el método de caza.
Transcurridos los dos años, el grupo se disgrega y cada uno de sus componentes
inicia la vida en solitario. La madurez sexual se alcanza a los tres años,
momento en que termina el crecimiento.
El
jaguar es carnívoro y, al igual que otros felinos, es de costumbres nocturnas,
por ello tiene una visión adaptada a la oscuridad. Sus ojos son grandes y la
visión es binocular y cromática. A la luz del día ven igual que los humanos,
sin embargo, por la noche llegan a ver hasta seis veces más. Los ojos del jaguar
se adaptan en corto tiempo a la oscuridad debido a la acción rápida de los
músculos del iris, que controlan el diámetro de la pupila. Además, tienen una
placa reflectora que refleja la luz no captada por los receptores oculares
cuando ésta entra en el ojo y puede así ser captada en una segunda oportunidad.
Los gatos domésticos también poseen esta placa, que es la que produce el efecto
tan conocido de “ojos brillantes” en la oscuridad.
De
día permanece oculto en lo más hondo de la selva o escondido entre la
vegetación de las orillas de los ríos, descansando, sin preocuparse de la caza,
básicamente por el sol ciega sus ojos, tan penetrantes en las tinieblas. La
llegada de la noche, es el punto inicial de su actividad. Los habitantes de la
selva, al oir su rugido, saben que el jaguar empieza sus terribles merodeos, y
se esconden lo mejor que pueden. La caza puede durar hasta el amanecer.
Aunque
la carne sea su alimento principal, saborea complacido un pez de buen tamaño.
Al jaguar le gusta el agua, no en balde es un excelente nadador. En ocasiones,
cuando la temperatura es elevada y para evadirse de los mosquitos, suele
sumergirse en algún río y permanecer allí largo tiempo.
Su
gula le hace temible para los rebaños, a los que diezma considerablemente.
Suele capturar animales de gran tamaño merced a sus músculos fortísimos. Al
revés que otros felinos como el puma, por ejemplo, sólo mata una presa para
saciar su apetito, sin carnicerías inútiles.
Sus
movimientos posiblemente no sean tan ágiles como los del tigre o el leopardo,
pero se desplaza sigilosamente entre a través de la vegetación. Trepa a los
árboles con seguridad y es un excelente saltador. Su forma de cazar es al
acecho. Espera a la presa sobre una roca o un árbol, o bien se va aproximando
lentamente hasta que da el salto definitivo, que no acostumbra a fallar. Aunque
utiliza la técnica de asestar un mordisco profundo en el cuello para provocar
la asfixia de sus presas, típica del género panthera,
prefiere un método de matar único entre los félidos (especialmente con el
capibara), muerde directamente los huesos temporales del cráneo entre las
orejas de las presas con sus colmillos, perforándolos hasta alcanzar el
cerebro.
Un
mordisco terrible y letal. Esta técnica podría ser el resultado de una adaptación
para abrir los caparazones de las tortugas: después de las extinciones del
Pleistoceno superior, los reptiles acorazados como las tortugas, se habrían
convertido en la base de presas abundantes para el jaguar. Una vez que rompe el
caparazón, simplemente mete la pata dentro y extrae la carne.
El
mordisco en el cráneo lo utiliza con los mamíferos en particular; con reptiles
como los caimanes, puede saltar sobre la espalda de la presa e inmovilizarla
partiéndole las vértebras cervicales. Con presas como los perros, asestar un
zarpazo para aplastarles el cráneo puede resultar suficiente.
No
devora inmediatamente a sus presas. Es un animal escrupuloso y refinado. Una
vez le ampara un lugar tranquilo, desgarra un pedazo de carne, lo come y
descansa luego a escasa distancia del cadáver de su víctima, hasta que lo
devora en su totalidad, abandonando la carroña a otras alimañas.
El
jaguar es un félido más dado a preparar emboscadas que a la persecución.
DISTRIBUCIÓN Y HÁBITAT
El
jaguar, al que muchos prefieren llamar yaguar
por razones etimológicas, antaño se extendía desde el sur de Estados Unidos
(Arizona, Nuevo México y Texas) hasta la Patagonia. Sin
embargo, las zonas ocupadas por este tigre americano cada vez se van reduciendo
más, principalmente por la acción del hombre.
En
el sur de Estados Unidos se le considera extinguido, salvo en algunas reservas
y parques nacionales.
El
territorio de cada individuo (marcado por la orina como en la mayoría de los
félidos) puede llegar a ocupar una extensión de hasta 300 o 400 kilómetros
cuadrados, dependiendo de la densidad de presas.
En
la actualidad, se reconocen ocho subespecies o razas geográficas. La que vive
más al sur es el jaguar de Paraná, pero la subespecie típica es el jaguar
amazónico.
El
hábitat preferido por este animal son los bosques y las intrincadas selvas. En
ellos tienen predilección por los lugares húmedos y sombríos como las orillas
de los ríos y pantanos. Donde resulta difícil encontrarlos es en lugares
abiertos como estepas o praderas, aunque en ellos abunde la caza.
En
sus dominios encuentra contadas veces al hombre. El aspecto humano despierta su
curiosidad, lo estudia atentamente y se abstiene de atacarle. No obstante, si
prueba su carne, se transforma en una fiera que no sólo ataca a los seres humanos,
sin que medie provocación, sino que procura tropezarse con ellos con el
propósito que es de imaginar.
Resulta,
por tanto, natural, que se le busque con ahínco por parte de los nativos y se
procure exterminarle. Siempre, sean cuales sean las armas empleadas, su caza
está llena de azares. Se le persigue tanto en las montañas, como en las selva o
en las comarcas fluviales.
El
método más sencillo y que ofrece menos peligro es el que utilizan algunos
nativos. Consiste en la preparación de un cebo, al que se emponzoña con un
veneno muy activo, de suerte que poca cantidad baste para matar al jaguar.
Otro
sistema distinto es el que emplean los indios del oeste de la cordillera
andina, conforme al cual el cazador se provee de arcos, flechas y una piel de
cabra, prescindiendo de los perros, cuya excitación alarmaría a la fiera.
Hallada ésta, en el instante en que se abalanza sobre él, el hombre tira la
piel a un lado para que la atención de la bestia recaiga en ella, y aprovecha
la fracción de segundo de indecisión disparando una flecha al jaguar. Una nueva
saeta lo remata, si ha quedado malherido. Hay que procurar no dejarle
malherido, porque entonces se convierte en mucho más peligroso.
JAGUAR ¿LEOPARDO O GUEPARDO?
A
decir verdad, si se mostrara una fotografía de un leopardo, una de un guepardo
y otra de un jaguar a un cierto número de personas, pocas acertarían a decir
cuál es cuál. Y es que los tres félidos citados tienen manchas negras sobre un
fondo leonado. Existen, sin embargo, unas cuantas diferencias básicas que les
distinguen y a la vez permiten su correcta identificación.
Sin
duda alguna, el más diferente y menos difícil de distinguir es el guepardo,
cuyo hábitat se encuentra en el continente africano. Su pelaje es áspero y el
color general va del pardo-amarillo al amarillo pálido, siendo casi blanco en
el vientre. Todo su cuerpo está cubierto de manchas negras redondas, llenas y
nunca formando rosetas. Sobre el cuello y hombros, el pelo es más áspero y
forma una crin erecta. La cola es larga y está también moteada, si bien, en
este caso, las manchas se unen formando bandas o anillos cerca del final, que
es blanco. En la cabeza destaca una característica raya negra que va del ojo
hasta la boca.
Por
lo que respecta al leopardo, tiene numerosas manchas negras formando rosetas
sobre un fondo amarillo apagado o pardo-amarillo. A diferencia del jaguar, las
rosetas del leopardo no tienen puntos negros en su interior. Esta es la gran
diferencia entre estas dos panteras. Y hablando de panteras hay que aclarar de inmediato
que lo que la gente conoce como pantera negra no es una especie como tal. Esto
es una equivocación. En realidad, la pantera negra no es más que un leopardo o
un jaguar afectado de melanismo (exceso de pigmentación en la piel). Cuando
vemos una pantera negra estamos ante una de las otras dos fieras, transformadas
por un proceso totalmente natural.
Finalmente,
el jaguar es algo mayor que un leopardo; es más corpulento y fuerte, aunque
menos elegante en sus líneas. El color de fondo en la parte superior es
leonado, lo mismo que en los laterales y las patas (aunque aquí es un poco más
claro). El contorno de la boca, interior de las orejas y partes inferiores son
blancos. Sobre todo el cuerpo hay manchas negras que son llenas y pequeñas en
la cabeza y parte anterior del cuello. En las patas también son llenas, pero
ligeramente más grandes. En los laterales y espalda hay numerosas manchas
negras que forman anillos o rosetas de hasta siete centímetros de diámetro.
Entre
las principales amenazas del jaguar americano se encuentran la deforestación de
su hábitat, un creciente incremento de la competencia por la comida con los
humanos, la caza furtiva y los enfrentamientos con los ganaderos, que a menudo
los matan en las zonas donde cazan ganado pues, cuando se adapta a la presa, se
ha comprobado que caza ganado bovino como parte importante de su dieta. Sin
embargo, mientras que la deforestación para crear zonas de pasto es un problema
para la especie, su población podría haber aumentado tras la introducción de ganado
bovino en América del Sur al aprovecharse los félidos de esta nueva fuente de
presas. Esta tendencia a cazar ganado ha llevado a los propietarios de ranchos
a contratar cazadores especializados para matarlos.
Las
poblaciones de este gran félido americano se encuentran actualmente en declive.
El animal está catalogado como especie casi amenazada por la Unión Internacional
para la Conservación
de la Naturaleza
(UICN), lo que quiere decir que podría estar amenazado de extinción en un
futuro próximo.
El
jaguar, el rey de la selva amazónica, está en peligro.