RECUERDO
INOLVIDABLE DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE BARCELONA
Por razones obvias, en nuestra edición del
pasado mes de septiembre, dedicamos la portada al terrible atentado cometido en
Barcelona.
Este pasado verano se cumplieron cinco lustros
desde que aquel 25 de julio de 1992 se iniciaran los Juegos Olímpicos. Sin
embargo, mucho han cambiado las cosas desde aquella fecha tan grata y llena de
buenos recuerdos para los barceloneses.
Hace veinticinco años, Barcelona vivía con
extraordinaria expectación los preparativos para la gran cita olímpica. La
enorme ilusión colectiva era tanta y tan transversal que existía un gran
nerviosismo previo, era mucha la responsabilidad de cara a todo el mundo y
todos los barceloneses anhelaban quedar bien ante los ojos que estaban puestos
en la ciudad, en la organización y en todos sus detalles. Como bien dijo el
alcalde Maragall “los Juegos Olímpicos no
son nuestros, aunque pertenecen a toda la humanidad”.
Por fortuna, la respuesta fue unánime. La
proximidad y el entusiasmo existente entre los miles y miles de visitantes y
los barceloneses, que se volcaron en la puesta en marcha de todas las formas
posibles, empezando por un voluntariado ejemplar, cristalizaron en el sueño
convertido en la auténtica realidad de todos. Barcelona asombró al mundo entero.
Y ahora, se merecen el mejor de los recuerdos y un enorme agradecimiento.
Toda España hizo suya la candidatura olímpica
en un año que marcó la entrada del país en el club de las democracias modernas
y las sociedades más avanzadas. Aquella generación ciudadana de Barcelona-92
vibró como nunca y en la actualidad puede mirar atrás con mucho orgullo y
satisfacción por todo el trabajo desplegado en aquellos días inolvidables en
los que la capital catalana se convirtió en una auténtica fiesta de todos y
para todos.
La fastuosa ceremonia de la presentación,
original y multicolor, el gran despliegue de medios, los instantes previos al
encendido de la antorcha, cuando el arquero Antonio Rebollo tensó su arquero
para lanzar la flecha mágica e hizo encoger el corazón a todos quienes estaban
pendientes de él. Luego estalló el entusiasmo. Momentos inenarrables que se
recordarán siempre y después, todo el desarrollo de las competiciones hasta la
ceremonia de clausura, no menos espectacular, con un ligero toque de tristeza
porque nadie quería que se terminaran los Juegos.
Llegados a este punto, justo será reconocer
la gran vinculación al evento de las principales autoridades, encabezadas por
Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, quien
fue el artífice de que los Juegos se llevaran cabo, cumpliendo así el sueño de
que los mismos se organizaran en su querida Barcelona. Lamentable y bochornoso,
sin duda, que algunos como la actual alcaldesa anti-sistema y sus radicales
acólitos, traten ahora ingrata e injustificadamente de querer ignorar a quien
fue el auténtico impulsor de que los Juegos Olímpicos tuvieran a Barcelona como
escenario. Excepcional también la colaboración del entonces rey Juan Carlos I, exolímpico
y persona siempre muy vinculada a la capital catalana y, por supuesto, un
auténtico dinamizador como fue el alcalde Pascual Maragall. Todos ellos,
rodeados de un buen grupo de expertos y entusiastas colaboradores, hicieron
posible que el sueño se transformara en algo palpable, un evento que, de alguna
manera, hizo conocer Barcelona a todo el mundo. Del primero al último se
merecen el sincero reconocimiento de los barceloneses de pro.
Además, aquellos Juegos sirvieron para
transformar la ciudad, dejando un interesante legado, tanto urbanístico como
emocional, aparte de servir como rampa de despegue para el deporte en España.
Cabe ahora, en el momento de la evocación,
preguntarse si la herencia de aquel impecable evento está teniendo repercusiones
en la actualidad. Lo cierto es que, tristemente así hay que reconocerlo, el
espíritu de Barcelona-92 se ha perdido en buena parte y la ciudad se ha convertido
en una urbe que echa de menos un gran proyecto común, cuando no se siente
angustiada por su futuro inmediato.
En la ceremonia de clausura se popularizó el
lema “Amigos para siempre” que interpretaron de forma magistral Sarah Brightman
y José Carreras. Barcelona había abierto los brazos a toda la Humanidad y
consiguió impactar a gentes de todos los continentes. A partir de entonces,
lógicamente aumentaron de forma considerable los visitantes interesados en
conocer más de cerca la realidad barcelonesa, su indudable riqueza
arquitectónica derivada de su antigüedad y tratar con sus gentes. Pero, de forma
lamentable, del espíritu de Barcelona-92 poco o más bien nada queda ya. Quienes
rigen ahora la ciudad, mal que nos pese, tienen sentimientos y opiniones muy
distintas y el turismo recibido hace veinticinco años con los brazos abiertos,
es en la actualidad objeto de tratos totalmente negativos y que en nada
favorecen la imagen de Barcelona. Incluso la prensa extranjera dedica ya
amplios comentarios para referirse a los ataques violentos protagonizados por
los más radicales para con los turistas, ante el silencio y la tibieza de las
autoridades. Francamente deplorable y bochornoso.
Pero a la gente, los barceloneses de pro
naturalmente, catalanes de corazón, no se les puede engañar. Ellos siguen
amando su ciudad y en estos momentos, tras cumplirse el veinticinco aniversario
de la celebración de los Juegos
Olímpicos, siguen recordando con añoranza aquellos días en los que la ciudad se
convirtió en una auténtica fiesta colectiva y en la que todos, absolutamente
todos, fuimos partícipes de un éxito que siempre resultará inolvidable.