Sirvan estas líneas para rendir nuestro más
sincero y profundo homenaje a las víctimas de los atentados del pasado mes de
agosto y a todas sus familias.
Barcelona es una de las ciudades más
visitadas del mundo, no en balde recibe más de treinta millones de turistas al
año. El objetivo resultaba claro y demasiado fácil para quienes sólo hablan el
lenguaje del terror y quieren imponer el miedo a todos aquellos que no piensan
como ellos y, por supuesto, viven al margen de la libertad y la democracia.
La Ciudad Condal es una urbe multicultural
sin duda alguna, con un interesante patrimonio y abierta al resto de la
Humanidad, de ahí que resulte atractiva al visitante que pretende conocerla,
muy a pesar de lo que opinan algunos pseudo políticos ponzoñosos cuyas ideas
son de todos sobradamente conocidas. No es pues de extrañar que, siguiendo la
estela de lo ocurrido en Niza, Berlín, Westminster, Estocolmo, Londres, París,
etc. el corazón de la ciudad, un lugar emblemático por excelencia, Las Ramblas,
se convirtiese el pasado 17 de agosto por la tarde en el escenario de una
masacre. Debiendo considerar, además, que posteriores investigaciones hayan
determinado que otras poblaciones catalanas como Cambrils y Alcanar (Tarragona) y Ripoll (Gerona)
tuvieran estrechas vinculaciones con lo trágicamente sucedido en Barcelona.
Asomarse a Las Ramblas es tanto como hacerlo
a una ventana al mundo. Por ella pasean, compran y se divierten gentes de todas
las nacionalidades: ingleses, franceses, alemanes, italianos, japoneses y un
largo etcétera. Y lo mismo sucede en otros enclaves de la ciudad, como son la
Sagrada Familia, el Parque Güell o el Barrio Gótico, por citar sólo tres
ejemplos. La diana para cometer un atentado había sido preparada para hacer el mayor
daño posible, para descargar toda la crueldad y el fanatismo que corroe a los
que viven desquiciados al margen de una sociedad que únicamente quiere vivir
pacíficamente y en convivencia.
Con sus brutales asesinatos buscan
notoriedad, que se hable de ellos y, en resumidas cuentas, que el miedo se
instale entre la gente, y es ahí donde no hay que caer. Ellos matan, eso es
cierto, pero son pocos y cobardes, pequeños grupos de desquiciados a los que un
imam (que por cierto siempre permanece en la sombra) les ha conseguido
adoctrinar y engañar con falsas promesas.
La unidad a la hora de combatir esta lacra
del terrorismo es fundamental con inteligencia, máxima colaboración y
coordinación política, judicial y policial de todos los estados y, por
supuesto, de todas las administraciones. Es la mejor forma y la más efectiva de
combatir a estos criminales. Los ciudadanos han estado a la altura y magnífica
fue su respuesta, pero lamentablemente no así las instituciones entre las
cuales existen preocupantes fisuras, como bien ha puesto de manifiesto en sus artículos
la prensa extranjera y se demostró de
forma deplorable en la manifestación multitudinaria llevada a cabo días
después. Como ya es sabido, lo de la tan cacareada “libertad de expresión” es
solo el recurso de quienes carecen de sólidos argumentos.
El futuro de nuestra sociedad multiétnica
depende de la máxima atención, la diligencia y la mutua colaboración de todos
los que la integramos. Y eso incluye, claro está, a los musulmanes.
Barcelona ha vuelto a dar una imagen de
sensatez ante el terror. A destacar, por supuesto, la intervención tras los
atentados de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y Servicios de Emergencia, pero
no menos remarcable la actitud solidaria de la ciudadanía. En estas ocasiones
siempre surgen los llamados “héroes anónimos”, personas que auxiliaban a los
heridos en plena calle, hoteleros, taxistas y comerciantes que albergaban en
sus tiendas a los que escapaban del terror, la mayoría desconcertados turistas.
Ahora, la ciudad trata de despertar de la
brutal pesadilla, quiere volver a la normalidad, aunque las imágenes del horror
siempre permanecerán en el recuerdo.
La Ramblas vuelven a llenarse de paseantes y
curiosos, más aún si cabe que antes, y ésta es la mejor forma de plantar cara a
los asesinos y demostrarles que los barceloneses y quienes visitan la ciudad no
se arredran ante estos fanáticos de la sinrazón y la locura.
El corazón de Las Ramblas sigue y seguirá
palpitando.
¡No
tinc por! ¡No tengo miedo!