La presente edición de TIEMPO DE VIAJAR incluye dos interesantes reportajes: El primero de ellos dedicado a BRUJAS la ciudad belga conocida como la Venecia del Norte. En un segundo reportaje realizamos una interesante visita al PALACIO DE GOLESTAN auténtico esplendor persa en la capital iraní. Y en los Destinos Mágicos invitamos al lector a realizar un recorrido por la CRIPTA DE SAN ANTOLÍN maravilla visigótica del siglo VII, situada bajo la actual catedral de Palencia. Excelente el capítulo gráfico en la Galería de Fotos. http://info-tiempodeviajar.blogspot.com Adéntrate en las páginas de TIEMPO DE VIAJAR, donde siempre encontrarás reportajes, una amplia galería de fotografías, noticias, curiosidades y todo lo relacionado con el mundo del viaje y la aventura. Incluso tienes un contacto por si quieres formular alguna consulta.

T U A R E G



LOS SEÑORES DEL DESIERTO

Más allá del sur de Argelia y Libia, en la desolada inmensidad sahariana, habitan unas gentes a las que la profusa literatura novelesca siempre ha llegado a describir como un pueblo enigmático debido a su aislamiento. Hasta hace bien poco eran dueños absolutos de los confines del desierto, llevando a cabo una perfecta simbiosis con esa tierra yerma de inhóspitas planicies y formaciones rocosas de extraña belleza. El mito que gira en torno ellos se ha venido alimentando en gran medida por la imagen de misterio que les envuelve.

ENTRE LA LEYENDA Y LA REALIDAD
En la antigüedad se pensaba en Europa que los tuareg eran descendientes de los cruzados cristianos. Sin embargo, se sabe con exactitud que son bereberes de raza blanca y proceden de la primitiva población del África septentrional.
Los invasores árabes empujaron a las tribus bereberes hasta Mauritania, pero los tuareg continuaron siendo los dueños del Sahara y les mantuvieron alejados del desierto. En las crónicas de algunos intrépidos viajeros, a partir del siglo X, se encuentran noticias sobre bereberes cubiertos con velos, que deben ser los tuareg.
Desde el siglo XV los tuareg tuvieron relaciones comerciales con las colonias portuguesas establecidas en las costas del África occidental y controlaban las caravanas transaharianas que llevaban esclavos marfil, oro, plumas de avestruz y pieles de león hacia el Mediterráneo y el Medio Oriente.
Al sur, los tuareg ocuparon Tombuctú repetidas veces y dominaron la parte central del curso del río Níger.
La exploración europea del Sahara en el siglo XIX hizo que los tuareg fueran mundialmente conocidos. En la actualidad existen probablemente unos trescientos mil distribuidos por un área de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados de desierto (extensión equivalente a toda Europa Occidental), políticamente repartida entre las repúblicas de Argelia, Libia, Níger y Mali. La vida es muy difícil en estas áridas regiones. En verano la temperatura a la sombra alcanza a veces los 50º C. mientras la arena y las rocas expuestas al sol llegan a los 70º C. Las precipitaciones son sumamente raras e irregulares y en algunas zonas pasan años sin que llueva. Además, las violentas tempestades de arena, azotan con frecuencia estas regiones.
Los tuareg son altos y ágiles, como la mayoría de los pueblos del desierto. Para protegerse del calor utilizan vestidos amplios y flotantes: los hombres llevan pantalones-bombachos de algodón azul o negro, atados con una correa de cuero repujado y una amplia camisa blanca, también de algodón, que les llega hasta las caderas. En las montañas del norte, donde las heladas son frecuentes, los hombres usan kashabir de lana con franjas de color negro o marrón y una enorme capa de piel de dromedario para protegerse de las frías noches del desierto. Todas las mujeres visten camisas negras, con una tira del mismo tejido sobre la cabeza.
Hombres y mujeres llevan sandalias de cuero, a veces finamente decoradas, y unas pequeñas bolsas del mismo material en torno al cuello y a los brazos con versículos del Corán grabados, a modo de amuletos. Las mujeres se pintan los ojos con antimonio y en ciertas ocasiones también la cara con polvos de ocre. Llevan los cabellos lisos peinados con raya en medio, formando dos trenzas. Las mujeres tuareg tienen fama de ser bellísimas.
El detalle más llamativo de la indumentaria de los tuareg es el velo que llevan todos los hombres. Esta prenda consiste en una banda de tejido blanco o negro, de cuatro metros y medio de largo, envuelta a la cabeza y a la espalda de forma que sólo deja libre una estrecha abertura para los ojos. En las fechas importantes los tuareg más ricos llevan un velo de color azul índigo que brilla a la luz del sol como si fuera de metal. El índigo se destiñe fácilmente al contacto con la piel, dando a los rostros y a la barba de los hombres un tinte azulado muy admirado, especialmente porque el coste elevado del tejido lo hace signo evidente de riqueza. También las mujeres aristocráticas pueden llevar en lugar del habitual chal negro uno de color azul índigo que suelen frotar contra el rostro para acentuar los reflejos azulados de la piel.
El velo de los hombres tiene en realidad un origen práctico; todos los que viajan por el Sahara durante la estación calurosa pronto descubren que es necesario llevar alguna protección contra el calor y la extrema sequedad de la atmósfera; el velo filtra y hace respirable el aire pues mantiene junto al rostro la humedad del aliento. Pero el velo ha llegado también a adquirir un significado ritual. Cuanto más  elevada es la posición social de quien lo lleva, más lujoso es su velo.
Todos los hombres tuareg van armados con un puñal y algunos incluso todavía llevan sable. Antes era muy frecuente que los jinetes tuareg usaran unos escudos hechos de piel de orix, pero actualmente no se ven muchos debido a la creciente escasez de estos animales. Durante las monótonas jornadas de invierno, los tuareg suelen entretenerse haciendo duelos con sables y puñales.
Su producción artística es más bien escasa, pero cabe destacar sus cuidados trabajos sobre cuero. Todas las mujeres se dedican a trabajar y teñir el cuero y hacer bolsas, látigos, sillas de montar, mangos, vainas y saquitos para el tabaco. Los artesanos trabajan el hierro, el cobre y la madera. Las sillas de los dromedarios tienen un pequeño asiento con un alto respaldo y un gran pomo en forma de cruz, ricamente adornado con incrustaciones de metal y cuero teñido. El jinete cruza las piernas y deja el pie suelto sobre el dorso del dromedario, aguijoneándole rítmicamente y guiándole con una sola brida atada a la nariz.

SU NÚCLEO FAMILIAR
Todos los tuareg hablan la misma lengua, el tamashek o tamahak. Poseen un alfabeto llamado tifinag, que según parece guarda alguna relación con la antigua escritura fenicia. Sin embargo -cosa sorprendente- carecen de literatura escrita.
Las mujeres tocan un violín con una sola cuerda, el imzad, cuya caja de resonancia consiste en una piel extendida sobre un recipiente hueco. El tambor se construye de forma parecida, extendiendo una piel sobre un mortero para el grano. Los hombres suelen tocar también una flauta de madera. Por las tardes, alrededor del fuego del campamento, hombres y mujeres suelen cantar juntos.
Los tuareg son musulmanes fervientes; sin embargo, al ser su conversión a esta religión relativamente tardía, han conservado algunas creencias preislámicas. Creen en la existencia de unos espíritus bondadosos, así como de otros maléficos que viven en las rocas y en los árboles aislados.
La unidad social fundamental es el núcleo familiar formado por los padres y los hijos e hijas solteros que viven en la misma tienda. Generalmente un campamento está formado de varias tiendas habitadas por parientes y amigos. Los miembros de un campamento guardan sus animales por separado, de forma que en cualquier momento una determinada familia pueda marcharse sin molestar a nadie. La composición de los campamentos varía continuamente, como consecuencia de riñas entre las mujeres o porque los hombres creen que pueden encontrar pastos mejores en otra parte. Aunque su religión les permite tener varias mujeres, los tuareg son monógamos.
En general las mujeres tuareg son bastante independientes y gozan de una libertad sexual y económica mayor que sus compañeras de otros países musulmanes. Quizás esto se deba en parte a que originariamente la sociedad tuareg fuese de tipo matriarcal. Todas las familias pertenecen a un clan determinado. A su vez los clanes forman parte de un grupo mucho más amplio de personas. Su sociedad cuenta con varias tribus -nobles y vasallos- y cada una de ellas, por su parte, está muy estratificada. Antiguamente los nobles luchaban por defender sus rebaños y los de sus vasallos contra las correrías de ladrones; a cambio de esta protección los vasallos les pagaban un tributo en animales y alimentos. Pero cuando la Administración colonial francesa impuso la paz en el Sahara, las razzias desaparecieron casi por completo; esta situación hizo perder sentido a la tradicional división local y en la actualidad, tanto los nobles como los vasallos, viven de sus rebaños.
Entre los tuareg las personas de gran cultura -tanto laica como religiosa- son conocidas con el nombre de marabut. Estos, en teoría, pueden proceder de cualquier clase social; pero existen algunos clanes que tradicionalmente desempeñan esta función. Los marabut presiden los matrimonios, arbitran en caso de litigio, curan las enfermedades y hacen encantamientos contra la mala suerte y el demonio.

UNA VIDA DIFÍCIL
Los tuareg viven en las fronteras del mundo habitable. En la mayoría de sus tierras las precipitaciones no sólo son escasas sino también irregulares. Como los pastos crecen únicamente donde -y cuando- llueve, ellos han de desplazarse continuamente con sus rebaños para compensar la escasez y la dispersión de la vegetación. Es una vida arriesgada e insegura y su modo de obrar está dominado por esta inseguridad. Salvo en el sur, donde poseen algunas vacas, sus rebaños constan exclusivamente de dromedarios, ovejas y cabras. La leche y sus derivados constituyen los principales alimentos. Las tribus racionan su dieta alimenticia para poder vender en las ciudades de mercado el máximo de animales y de productos lácteos. El viaje hasta los núcleos comerciales situados en el límite del desierto se realiza en caravanas. En estos lugares, los tuareg adquieren las mercancías que necesitan y que ellos no producen, principalmente té, azúcar, tejidos y mantas. Ellos también venden sal que extraen de las minas.
En el Hoggar (al sur de Argelia) poseen también algunas parcelas de tierra cultivada y palmeras de dátiles.
Aunque la vida de un nómada se desenvuelve en condiciones difíciles, no requiere muchos esfuerzos. Durante la mayor parte del año los animales pastan solos e igualmente el rebaño regresa al campamento sin ninguna ayuda. La diaria tarea de acarrear el agua para la comunidad corre a cargo de los jóvenes. Las mujeres, en cambio, están encargadas de trabajar el cuero y realizar otras labores de artesanía. Los hombres finalmente pasan la mayor parte del tiempo visitando otros campamentos y bebiendo el dulce té de menta.
Este panorama aparentemente agradable no puede ocultar la pobreza real de la mayoría de las familias tuareg, cuya vida se desenvuelve de forma permanente en la frontera con la miseria y el hambre. En la estación árida se pierden rebaños enteros a causa de las tempestades de arena.
Los tuareg son un pueblo generoso; con frecuencia amigos y parientes se intercambian regalos o se conceden préstamos. De hecho, toda su sociedad está basada en un sistema de obligaciones recíprocas. Suelen hacer con sus caravanas viajes de casi tres mil kilómetros a través de uno de los desiertos más inhóspitos del mundo con el objeto exclusivo de cumplir los compromisos adquiridos.
Son gentes consideradas hospitalarias con quienes les visitan y amantes de celebrar fiestas en sus campamentos, para lo cual suelen ataviarse con sus mejores galas. Entre ellos, las carreras de camellos gozan de gran aceptación, no en balde tienen merecida fama de ser los mejores jinetes.
Al sur de Argelia y Libia se extiende un océano de arena, un mundo distinto del occidental e incluso muy diferente de los demás países árabes. Es el árido paisaje donde el pueblo tuareg, los antaño guerreros libres del desierto, entre la leyenda y la realidad sobreviven tratando de defender su dignidad y se resisten a desaparecer.