LOS SEÑORES DEL DESIERTO
Más allá del sur de
Argelia y Libia, en la desolada inmensidad sahariana, habitan unas gentes a las
que la profusa literatura novelesca siempre ha llegado a describir como un
pueblo enigmático debido a su aislamiento. Hasta hace bien poco eran dueños
absolutos de los confines del desierto, llevando a cabo una perfecta simbiosis
con esa tierra yerma de inhóspitas planicies y formaciones rocosas de extraña
belleza. El mito que gira en torno ellos se ha venido alimentando en gran
medida por la imagen de misterio que les envuelve.
ENTRE LA LEYENDA Y LA REALIDAD
En la antigüedad se
pensaba en Europa que los tuareg eran descendientes de los cruzados cristianos.
Sin embargo, se sabe con exactitud que son bereberes de raza blanca y proceden
de la primitiva población del África septentrional.
Los invasores árabes
empujaron a las tribus bereberes hasta Mauritania, pero los tuareg continuaron
siendo los dueños del Sahara y les mantuvieron alejados del desierto. En las
crónicas de algunos intrépidos viajeros, a partir del siglo X, se encuentran
noticias sobre bereberes cubiertos con velos, que deben ser los tuareg.
Desde el siglo XV los
tuareg tuvieron relaciones comerciales con las colonias portuguesas
establecidas en las costas del África occidental y controlaban las caravanas
transaharianas que llevaban esclavos marfil, oro, plumas de avestruz y pieles
de león hacia el Mediterráneo y el Medio Oriente.
Al sur, los tuareg
ocuparon Tombuctú repetidas veces y dominaron la parte central del curso del
río Níger.
La exploración europea
del Sahara en el siglo XIX hizo que los tuareg fueran mundialmente conocidos.
En la actualidad existen probablemente unos trescientos mil distribuidos por un
área de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados de desierto (extensión
equivalente a toda Europa Occidental), políticamente repartida entre las
repúblicas de Argelia, Libia, Níger y Mali. La vida es muy difícil en estas
áridas regiones. En verano la temperatura a la sombra alcanza a veces los 50º
C. mientras la arena y las rocas expuestas al sol llegan a los 70º C. Las
precipitaciones son sumamente raras e irregulares y en algunas zonas pasan años
sin que llueva. Además, las violentas tempestades de arena, azotan con
frecuencia estas regiones.
Los tuareg son altos y
ágiles, como la mayoría de los pueblos del desierto. Para protegerse del calor
utilizan vestidos amplios y flotantes: los hombres llevan pantalones-bombachos
de algodón azul o negro, atados con una correa de cuero repujado y una amplia
camisa blanca, también de algodón, que les llega hasta las caderas. En las
montañas del norte, donde las heladas son frecuentes, los hombres usan kashabir de lana con franjas de color
negro o marrón y una enorme capa de piel de dromedario para protegerse de las
frías noches del desierto. Todas las mujeres visten camisas negras, con una
tira del mismo tejido sobre la cabeza.
Hombres y mujeres llevan
sandalias de cuero, a veces finamente decoradas, y unas pequeñas bolsas del
mismo material en torno al cuello y a los brazos con versículos del Corán
grabados, a modo de amuletos. Las mujeres se pintan los ojos con antimonio y en
ciertas ocasiones también la cara con polvos de ocre. Llevan los cabellos lisos
peinados con raya en medio, formando dos trenzas. Las mujeres tuareg tienen
fama de ser bellísimas.
El detalle más llamativo
de la indumentaria de los tuareg es el velo que llevan todos los hombres. Esta
prenda consiste en una banda de tejido blanco o negro, de cuatro metros y medio
de largo, envuelta a la cabeza y a la espalda de forma que sólo deja libre una
estrecha abertura para los ojos. En las fechas importantes los tuareg más ricos
llevan un velo de color azul índigo que brilla a la luz del sol como si fuera
de metal. El índigo se destiñe fácilmente al contacto con la piel, dando a los
rostros y a la barba de los hombres un tinte azulado muy admirado,
especialmente porque el coste elevado del tejido lo hace signo evidente de
riqueza. También las mujeres aristocráticas pueden llevar en lugar del habitual
chal negro uno de color azul índigo que suelen frotar contra el rostro para
acentuar los reflejos azulados de la piel.
El velo de los hombres
tiene en realidad un origen práctico; todos los que viajan por el Sahara
durante la estación calurosa pronto descubren que es necesario llevar alguna
protección contra el calor y la extrema sequedad de la atmósfera; el velo
filtra y hace respirable el aire pues mantiene junto al rostro la humedad del
aliento. Pero el velo ha llegado también a adquirir un significado ritual.
Cuanto más elevada es la posición social
de quien lo lleva, más lujoso es su velo.
Todos los hombres tuareg
van armados con un puñal y algunos incluso todavía llevan sable. Antes era muy
frecuente que los jinetes tuareg usaran unos escudos hechos de piel de orix,
pero actualmente no se ven muchos debido a la creciente escasez de estos
animales. Durante las monótonas jornadas de invierno, los tuareg suelen
entretenerse haciendo duelos con sables y puñales.
Su producción artística
es más bien escasa, pero cabe destacar sus cuidados trabajos sobre cuero. Todas
las mujeres se dedican a trabajar y teñir el cuero y hacer bolsas, látigos,
sillas de montar, mangos, vainas y saquitos para el tabaco. Los artesanos
trabajan el hierro, el cobre y la madera. Las sillas de los dromedarios tienen
un pequeño asiento con un alto respaldo y un gran pomo en forma de cruz,
ricamente adornado con incrustaciones de metal y cuero teñido. El jinete cruza
las piernas y deja el pie suelto sobre el dorso del dromedario, aguijoneándole
rítmicamente y guiándole con una sola brida atada a la nariz.
SU NÚCLEO FAMILIAR
Todos los tuareg hablan
la misma lengua, el tamashek o tamahak. Poseen un alfabeto llamado tifinag, que según parece guarda alguna
relación con la antigua escritura fenicia. Sin embargo -cosa sorprendente-
carecen de literatura escrita.
Las mujeres tocan un
violín con una sola cuerda, el imzad,
cuya caja de resonancia consiste en una piel extendida sobre un recipiente
hueco. El tambor se construye de forma parecida, extendiendo una piel sobre un
mortero para el grano. Los hombres suelen tocar también una flauta de madera.
Por las tardes, alrededor del fuego del campamento, hombres y mujeres suelen
cantar juntos.
Los tuareg son
musulmanes fervientes; sin embargo, al ser su conversión a esta religión
relativamente tardía, han conservado algunas creencias preislámicas. Creen en
la existencia de unos espíritus bondadosos, así como de otros maléficos que
viven en las rocas y en los árboles aislados.
La unidad social fundamental
es el núcleo familiar formado por los padres y los hijos e hijas solteros que
viven en la misma tienda. Generalmente un campamento está formado de varias
tiendas habitadas por parientes y amigos. Los miembros de un campamento guardan
sus animales por separado, de forma que en cualquier momento una determinada
familia pueda marcharse sin molestar a nadie. La composición de los campamentos
varía continuamente, como consecuencia de riñas entre las mujeres o porque los
hombres creen que pueden encontrar pastos mejores en otra parte. Aunque su
religión les permite tener varias mujeres, los tuareg son monógamos.
En general las mujeres
tuareg son bastante independientes y gozan de una libertad sexual y económica
mayor que sus compañeras de otros países musulmanes. Quizás esto se deba en
parte a que originariamente la sociedad tuareg fuese de tipo matriarcal. Todas
las familias pertenecen a un clan determinado. A su vez los clanes forman parte
de un grupo mucho más amplio de personas. Su sociedad cuenta con varias tribus
-nobles y vasallos- y cada una de ellas, por su parte, está muy estratificada.
Antiguamente los nobles luchaban por defender sus rebaños y los de sus vasallos
contra las correrías de ladrones; a cambio de esta protección los vasallos les
pagaban un tributo en animales y alimentos. Pero cuando la Administración
colonial francesa impuso la paz en el Sahara, las razzias desaparecieron casi por completo; esta situación hizo
perder sentido a la tradicional división local y en la actualidad, tanto los nobles
como los vasallos, viven de sus rebaños.
Entre los tuareg las
personas de gran cultura -tanto laica como religiosa- son conocidas con el
nombre de marabut. Estos, en teoría,
pueden proceder de cualquier clase social; pero existen algunos clanes que tradicionalmente
desempeñan esta función. Los marabut presiden
los matrimonios, arbitran en caso de litigio, curan las enfermedades y hacen
encantamientos contra la mala suerte y el demonio.
UNA VIDA DIFÍCIL
Los tuareg viven en las
fronteras del mundo habitable. En la mayoría de sus tierras las precipitaciones
no sólo son escasas sino también irregulares. Como los pastos crecen únicamente
donde -y cuando- llueve, ellos han de desplazarse continuamente con sus rebaños
para compensar la escasez y la dispersión de la vegetación. Es una vida
arriesgada e insegura y su modo de obrar está dominado por esta inseguridad.
Salvo en el sur, donde poseen algunas vacas, sus rebaños constan exclusivamente
de dromedarios, ovejas y cabras. La leche y sus derivados constituyen los
principales alimentos. Las tribus racionan su dieta alimenticia para poder
vender en las ciudades de mercado el máximo de animales y de productos lácteos.
El viaje hasta los núcleos comerciales situados en el límite del desierto se
realiza en caravanas. En estos lugares, los tuareg adquieren las mercancías que
necesitan y que ellos no producen, principalmente té, azúcar, tejidos y mantas.
Ellos también venden sal que extraen de las minas.
En el Hoggar (al sur de
Argelia) poseen también algunas parcelas de tierra cultivada y palmeras de
dátiles.
Aunque la vida de un
nómada se desenvuelve en condiciones difíciles, no requiere muchos esfuerzos.
Durante la mayor parte del año los animales pastan solos e igualmente el rebaño
regresa al campamento sin ninguna ayuda. La diaria tarea de acarrear el agua
para la comunidad corre a cargo de los jóvenes. Las mujeres, en cambio, están
encargadas de trabajar el cuero y realizar otras labores de artesanía. Los
hombres finalmente pasan la mayor parte del tiempo visitando otros campamentos
y bebiendo el dulce té de menta.
Este panorama
aparentemente agradable no puede ocultar la pobreza real de la mayoría de las
familias tuareg, cuya vida se desenvuelve de forma permanente en la frontera
con la miseria y el hambre. En la estación árida se pierden rebaños enteros a
causa de las tempestades de arena.
Los tuareg son un pueblo
generoso; con frecuencia amigos y parientes se intercambian regalos o se
conceden préstamos. De hecho, toda su sociedad está basada en un sistema de obligaciones
recíprocas. Suelen hacer con sus caravanas viajes de casi tres mil kilómetros a
través de uno de los desiertos más inhóspitos del mundo con el objeto exclusivo
de cumplir los compromisos adquiridos.
Son gentes consideradas
hospitalarias con quienes les visitan y amantes de celebrar fiestas en sus
campamentos, para lo cual suelen ataviarse con sus mejores galas. Entre ellos,
las carreras de camellos gozan de gran aceptación, no en balde tienen merecida
fama de ser los mejores jinetes.
Al sur de Argelia y
Libia se extiende un océano de arena, un mundo distinto del occidental e
incluso muy diferente de los demás países árabes. Es el árido paisaje donde el
pueblo tuareg, los antaño guerreros libres del desierto, entre la leyenda y la
realidad sobreviven tratando de defender su dignidad y se resisten a
desaparecer.