UN PAISAJE DE MISTERIOSA BELLEZA
Uno de los lugares más
maravillosos de nuestro planeta. Una especie de gigantesco laberinto marino
donde infinidad de bloques rocosos de todo tipo de formas y tamaños emergen del
mar sobre una extensión que supera los 1.500 kilómetros cuadrados.
Una cadena de montañas
cercada por las aguas del golfo de Tonkin, donde el paisaje cambia sin cesar y
la atmósfera resulta extraña e inquietante.
Grutas, cavidades,
túneles que perforan las montañas… a la vista de este dédalo, a menudo cubierto
de bruma y al penetrar en el mismo, los pescadores de la zona cuentan haber
experimentado siempre la angustia que provocan los lugares cuyo entorno tiene
algo de sobrenatural.
Para los geógrafos, son
islotes formados por antiguas piedras calcáreas trabajadas por la erosión
kárstica. Para los nativos existen infinidad de leyendas.
Halong significa “el
lugar del descenso del dragón”. Según cuentan, el dragón habría bajado a la
bahía para domesticar las corrientes marinas. Con sus violentos coletazos causó
profundas hendiduras en las montañas. Hecho
esto y habiéndose sumergido ya en el mar, el agua subió rápidamente su
nivel, precipitándose entre las hendiduras y dejando sólo las cimas más altas a
la vista.
Otros marinos aseguran que
existe una leyenda local en la que, hace mucho tiempo, cuando los vietnamitas
luchaban contra los invasores chinos provenientes del mar, el Emperador de Jade
envió una familia de dragones celestiales para ayudarles a defender su tierra.
Estos dragones escupían joyas y jade. Las joyas se convirtieron en las islas e
islotes de la bahía, uniéndose para formar una gran muralla frente a los
invasores y de ese modo lograron hundir los navíos enemigos. Tras proteger su
tierra formaron el país conocido al que llamaron Vietnam y donde Halong
significa “dragón descendente”.
UN FASCINANTE UNIVERSO DE ISLOTES
Ubicada al norte de
Vietnam, en la provincia de Quang Ninh, en el golfo de Tonkin y cerca de la
frontera china, aproximadamente a unos 170 kilómetros de Hanoi, la bahía de
Halong se extiende a lo largo de una costa de 120 kilómetros. Abarca una zona
protegida de unas 150.000 hectáreas y fue declarada Patrimonio de la Humanidad
por la UNESCO.
Al parecer, apenas un
millar de estas islas y afilados pináculos formados hace millones de años
tienen nombre; algunos tan curiosos como los que hacen alusión a las forma
improbables de sus geometrías o a las de sus montañas, como Voi Islet o Elefante, Ga Choi Islet o El gallo de pelea, Mai Nha Islet o El tejado, Hon Dau Nguoi o La cabeza humana…En la
superficie de este tropical entramado moran iguanas y algunos monos, así como
gran número de especies de aves, mientras que bajo sus aguas abundan más de
doscientas especies de peces y moluscos.
Además de no tener
nombre, la mayoría de sus islas menores tampoco están habitadas, como si se
conformaron con erguirse solitarias sobre esta bahía oriental por el mero placer
de añadir belleza al mundo y disfrutar de ella desde su privilegiado enclave.
Las entrañas de muchas de ellas esconden grutas preciosas, adornadas de hermosas
estalactitas y estalagmitas fruto de la erosión cárstica, con denominaciones en
ocasiones también tan singulares como la de las Sorpresas o Sung Sot, la del Palacio Celestial o Thien Cung o la de Los Tres Palacios o Tam Cung.
APASIONANTE NAVEGAR ENTRE LAS BRUMAS
Interrumpir por unos
instantes la navegación para caminar por alguno de estos islotes resulta en
verdad apasionante. También, por supuesto, la delicia de contemplar desde la
cubierta de un sampán las pequeñas aldeas flotantes de nativos o fondear junto
a algunas de las pequeñas calas de arena que van posándose plácidamente sobre
este recoveco del golfo de Tonkin y bañarse en total intimidad en sus aguas de
color esmeralda.
Sin embargo, la mera
navegación entre su dédalo de canales o entre archipiélagos, es ya un plato a
degustar con emoción y el máximo respeto, deslizándose sobre un junco, sin
urgencias ni necesidad de un rumbo fijo, hipnotizado por un hechizo irreal que
se acentúa cuando esta conjunción perfecta de la naturaleza se atisba a primera
hora de la mañana, envuelta toda ella entre las fantasmagóricas brumas de cada
amanecer, o bien dejándose atrapar por la escasa luz del crepúsculo.
Fue en el siglo XIX
cuando los primeros viajeros franceses descubrieron esta maravilla natural. En
la actualidad, la bahía de Halong es uno de los rincones más visitados de este
país de amabilidad sin límites. Pero milagrosamente, ello no ha restado un
ápice de embrujo a este territorio anfibio que aparece como un espejismo en
costa noroeste de Vietnam.