A TRAVÉS DEL CAMINO DEL CID
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La
tercera etapa del destierro de Rodrigo Díaz de Vivar se extiende desde Ateca
(Zaragoza) hasta Cella (Teruel) y atraviesa las provincias de Zaragoza,
Guadalajara y Teruel.
La
organización y autonomía de las huestes cada vez más numerosas del Campeador le
permitían moverse sin dificultad entre las fronteras de los distintos reinos
musulmanes. Tres taifas muy diferentes entre sí: Toledo, Zaragoza y Albarracín,
sirvieron de escenario al paso del Cid literario y de su gente.
LAS HUELLAS DE LA HISTORIA
En
la segunda mitad del siglo XI, en tiempos del Cid, estos territorios
pertenecían a tres taifas muy distintas: la poderosa Zaragoza (de la que
formaban parte Calatayud y Daroca) acosada por castellanos y aragoneses y sede
de una brillante corte islámica a cuyo servicio estuvo Rodrigo Díaz tras ser
desterrado en 1081; Toledo, cuya conquista por Alfonso VI en 1085 propició la
autonomía de algunos de sus territorios como Molina de Aragón, y Albarracín,
cuya frontera norte se extendía hasta Calamocha, y que estaba gobernada por el
bereber Abd al-Malik, quien mantuvo turbulentas relaciones con el Cid.
A
principios del siglo XII los almorávides se adueñarían de toda esta zona por
breve tiempo, ya que entre 1120 y 1128 Alfonso I (El Batallador) conquistó
Calatayud, Daroca, Cella y Molina de Aragón. Algunas de sus conquistas no se
consolidaron y en general, todo este espacio geográfico siguió siendo zona de
frontera habitada en su mayoría por musulmanes. Buena prueba de ello son los
excelentes ejemplos de arquitectura mudéjar, declarada Patrimonio de la Humanidad, que el
viajero se encuentra partiendo desde Ateca y siguiendo por Terrer, Calatayud y
todo el valle del Jiloca hasta la sorprendente ciudad de Daroca.
Otro
de los lugares clave del recorrido es Molina de Aragón, ciudad monumental con
su alcazaba como símbolo. Desde Molina la ruta se adentra en el Parque Natural
del Alto Tajo. A través de paisajes boscosos y serranías el camino aproxima a
Albarracín, fascinante capital de la antigua taifa. Desde allí, siguiendo el
viejo acueducto romano citado en el Cantar
del Mío Cid, se llega a Cella. La conquista de Valencia por parte del
Campeador estaba cada vez más cerca.
DE CALATAYUD A DAROCA
A orillas del río Jalón, Calatayud es
una ciudad convertida a lo largo de los siglos en una auténtica encrucijada de
civilizaciones. Sus orígenes son ibéricos y su etimología indica que se trataba
de un lugar sagrado.
Esta ciudad Ibérica gozó de gran
prosperidad durante la época romana. Con la llegada del Islam, surgió la actual
ciudad, que tomó el nombre del conjunto defensivo, el Qal’at Ayyub (Castillo de
Ayud). A principios del siglo XII (1120) fue ocupada por las tropas cristianas
de Alfonso I “El Batallador”. Parte de la población musulmana permaneció
dedicada a la construcción, hecho éste que daría lugar al florecimiento del
Arte Mudéjar. A lo largo de todo el resto de la Edad Media, Calatayud fue
afianzando su posición de segunda población en importancia del reino.
Los siglos XVII y XVIII fueron la
época de la reconstrucción total de templos como la Colegiata de Santa María y
del Santo Sepulcro, marcando una época de esplendor cultural; y tuvo lugar el
asentamiento de la Compañía de Jesús, destacando como profesor Baltasar Gracián.
Calatayud fue declarada Conjunto
Histórico y Monumental en 1967 y su arte mudéjar Patrimonio de la Humanidad en
2001.
Paralelo a la judería y separados por
el eje vial de la Rúa de Dato, puede accederse al barrio de la morería, que
albergaba a la población musulmana durante la Edad Media y que permite llegar
al Conjunto Fortificado Islámico, realmente interesante de visitar.
La construcción de la mayor parte de
este sistema defensivo urbano está documentada en el año 862 d.C., durante el
emirato de Muhammad I, lo que le convierte en el más antiguo conservado de
época medieval en toda la Península Ibérica. Está formado por cinco castillos
unidos por largos lienzos de murallas con torreones.
Estos cinco castillos son: Castillo
Mayor o “Castillo de Ayub”, Castillo de la Torre Mocha, Castillo de la Peña, de
Doña Martina y del Reloj o Real.
Unían estas cinco fortalezas una serie
de murallas formando un recinto de forma irregular, que en la actualidad
corresponde a los barrios de Morería, Barrera, Reloj o Lo Picado, La Paz,
Puerta de Soria, Verde y Consolación.
La muralla fue construida de tapial
con paramentos de piedra de yeso, asentada sobre la roca viva que se talló a
pico, a fin de aumentar artificialmente la altura y resistencia del recinto. Un
foso seco excavado a su alrededor subsiste todavía en algunos puntos.
Partiendo de Calatayud y tras cruzar
las poblaciones de Paracuellos de Jiloca, Maluenda, Velilla, Fuentes, Montón y
Villafeliche, se llega a otro interesante enclave de esta ruta como es Daroca.
Una auténtica joya defendida también por
murallas, en plena Edad Media Daroca capitaneó una extensa comunidad de aldeas
con una jurisdicción propia. En ese tiempo, su poderío económico y político
facilitó su embellecimiento y hoy, ceñida por una muralla en la que se alternan
inexpugnables torres y puertas fortificadas, cautiva a sus visitantes.
La piedra románica y el ladrillo
mudéjar entablan un cordial diálogo en sus casas señoriales y en sus templos,
distribuidos por empinadas calles de ondulado recorrido. Esa atmósfera, que nos
traslada al pasado, se intensifica a cada paso.
Daroca es cruce de caminos, ciudad
libre en un mundo feudal, frontera aragonesa con el Islam o Castilla.
Musulmanes, judíos y cristianos han escrito sus capítulos incontables, muchos olvidados
ya, otros más vivos que nunca. Su recinto amurallado que protege el casco
histórico es el más extenso de todo Aragón.
EN
RUTA HACIA MOLINA DE ARAGÓN
Las poblaciones turolenses de San
Martín del Río, Báguena, Burbáguena y Calamocha aproximan a un recóndito y
agradable lugar: El Poyo del Cid, situado en las faldas del cerro de San
Esteban, en la margen izquierda del río Jiloca, y al que se atribuye una larga
tradición cidiana. Tras rebasar un desvío de la carretera, a la entrada de esta
población una imponente estatua del Campeador recibe al viajero. Su castillo
fue destruido en la guerra contra Castilla durante el reinado de Jaime II,
existen, no obstante, restos de un torreón medieval.
"Aquijó mio Cid, ivas
cabadelant, y fincó en un
poyo que es sobre Mont
Real; alto es el Poyo,
maravilloso e grant; non teme
guerra, sabet, a nulla part."
"Quiévoros dezir del que en
buena cinxo expada: aquel
poyo en el priso posada;
mientras que sea el pueblo de moros
cabadelant, y fincó en un
poyo que es sobre Mont
Real; alto es el Poyo,
maravilloso e grant; non teme
guerra, sabet, a nulla part."
"Quiévoros dezir del que en
buena cinxo expada: aquel
poyo en el priso posada;
mientras que sea el pueblo de moros
e de la yente cristiana,
el Poyo de mio Cid, asil dirán por carta."
el Poyo de mio Cid, asil dirán por carta."
Prosigue al
camino, rodeado de zonas encharcadas o con nivel freático alto, compuesta por
carrizos, sauces, chopos y álamos. El paraje es el hábitat de especies como el
barbo, el cangrejo, así como de una rara nutria. Nos aproximamos a Monreal del
Campo, término municipal en el que se encuentran los llamados Ojos del Jiloca.
Esta
importante población fue fundada después de la conquista de Calatayud y Daroca,
aunque el hallazgo de monedas romanas e íberas ya indican la antigüedad de los
asentamientos en este municipio. Se conservan los restos de un castillo, sobre
los cuales se yergue la torre-campanario de la anterior iglesia.
En cuanto a su
patrimonio arquitectónico, en su plaza Mayor destaca el edificio renacentista
aragonés de su Casa Consistorial. Muy interesante también su Museo Monográfico
del Azafrán.
El Camino
del Cid prosigue su recorrido y se adentra en la provincia de Guadalajara para
llegar a Molina de Aragón, población fundada en época medieval y en el seno de
una rica y variada comarca, a pesar de que las crónicas romanas de Diodoro,
Polibio y Estrabón ya hablaban sobre que los celtíberos fueron quienes
aportaron a la ciudad un asentamiento durante siglos.
Con la llegada
del Islam y la creación de los reinos de taifas en el siglo XI, fue entonces
cuando Molina apareció bajo el mandato del rey moro Abengalbón, tributario de
Zaragoza y Valencia, buen amigo del Cid.
Con
posterioridad, Alfonso I (El Batallador) reconquistó el territorio tras varios
meses de asedio.
Desde la lejanía,
impresiona el famoso castillo-alcázar y sus extensas murallas recortándose en
el paisaje castellano, auténtico símbolo de Molina, junto con la llamada Torre
de Aragón.
SIERRA DE ALBARRACÍN
Después de
atravesar diferentes poblaciones de la provincia de Guadalajara, la ruta
regresa a tierras turolenses a partir de Orihuela del Tremedal por la Sierra de
Albarracín. El paisaje
cobra protagonismo a partir de este momento, no en balde la mayor parte del
territorio está cubierto de bosques de pinos, sabinas, arces y robles,
intercalados de verdes prados y árboles de ribera junto a los ríos que lo
atraviesan. Uno de los más grandes sabinares de toda Europa está en Saldón y
entre las profundas gargantas excavadas por los propios cauces de agua, abundan
los densos pinares, además de los pequeños pueblos que van surgiendo en el
camino, todos ellos con su especial encanto.
Bordeando los 1.600 metros de altitud
y rodeado por uno de los pinares más densos de la Península Ibérica, Bronchales
ocupa un lugar excepcional dentro del turismo de alta montaña y ofrece a los
senderistas múltiples excursiones. Se trata de un lugar de ineludible visita.
Deambular sin prisa por las calles de la
población de Albarracín supone un placer indescriptible, no en balde se trata
de una de las poblaciones más famosas de Aragón. Albarracín es muchas cosas,
pero sobre todo es un catálogo de rincones sorprendentes, calles y cuestas que
encaminan directamente a un mundo imaginario situado entre las leyendas
medievales y el mundo de las mil y una noches. Los edificios, de una rústica
belleza, juegan con el visitante al claroscuro y sus murallas, que escalan con
saña las colinas, parecen cubrir el paisaje del rojizo tono de una tierra que
palpita historia y tradición en todo momento.
En tiempos medievales con dominio del
Islam, la familia bereber Al-Banu-Razín (de este nombre deriva el de
Albarracín) estableció en esta tierra un pequeño reino taifa. El Cid logró
convertir en tributarios a tres reyezuelos o alcaides musulmanes, los de
Albarracín, Valencia y Murviedro, algunos de ellos le traicionaron y el
Campeador tuvo que realizar diferentes algaras por este territorio de
Albarracín (1093).
La catedral, el castillo, el museo
diocesano, la Torre Blanca y la Ermita de San Juan son lugares de interesante
visita.
Esta tercera etapa del Camino del Cid finaliza en Cella
(Teruel). En el Cantar del Mío Cid se
menciona con el nombre de “Celfa” y se hace referencia al acueducto romano que
traía las aguas del río Guadalaviar a la población. Fue en los alrededores de
Cella donde, según el Cantar, Rodrigo
Díaz de Vivar y sus huestes, aguardaban los refuerzos necesarios para la
conquista de Valencia.
Las dos próximas etapas hacen
referencia a las correrías del Cid por territorio turolense (Anillo de
Montalbán) y a través de la sierra del Maestrazgo.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)