A TRAVÉS DEL CAMINO DEL CID
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Siguiendo
el destierro de Rodrigo Díaz de Vivar, la ruta por la supervivencia o lo que es
igual, algaras, asedios y batallas, cruza las provincias de Guadalajara, Soria
y Zaragoza.
Expulsado
de Castilla por su rey Alfonso VI, al noveno día de destierro el Cid cruza la
frontera entre el reino cristiano y la taifa de Toledo, viajando de noche para
no ser descubierto por las tropas musulmanas. Tras evitar la fortaleza de
Atienza, los desterrados se encontraban necesitados de víveres y tomaron una
población fortificada, identificada como Castejón de Henares o Jadraque. Más
adelante, atravesando territorios inhóspitos, se encaminaron al valle del río
Jalón. Allí las poblaciones musulmanas, dedicadas a la agricultura, se vieron
obligadas a ayudar a las tropas del Campeador.
Transcurridas
dos semanas desde su partida, el Cid acampó frente a la villa fortificada de
Alcocer (en la actualidad un yacimiento arqueológico), muy cerca de la
población de Ateca, y tras un sitio que duró más de tres meses llegó su
conquista. En represalia, un ejército llegado desde Valencia se enfrentó al Cid
y sus hombres. Estos vencieron en una de las batallas más sangrientas narradas
por el Cantar, y los generales
vencidos fueron perseguidos hasta Terrer y Calatayud. Con esta victoria, el de
Vivar acrecentó su fama y riqueza, necesarias para seguir su camino a tierras
levantinas.
Este
tramo también recoge parte de los itinerarios seguidos por Doña Jimena, sus
hijas y las huestes de su marido en sus viajes a Castilla y Valencia; su
epicentro fue la fortaleza fronteriza de Medinaceli.
Buena
prueba de su conflictivo pasado son los numerosos castillos, amurallamientos y
atalayas que el viajero se hallará a lo largo de este tramo.
DESDE ATIENZA HASTA MEDINACELI
Convertida
en enclave de importancia estratégica al estar situada cerca de la frontera
entre los dominios castellanos y los reinos musulmanes, y también cerca de los
dominios de Aragón, Atienza fue considerada “peña muy fuerte” por Rodrigo Díaz
cuando por ella cruzó camino del destierro, según versión del Cantar.
Atienza
siempre fue una villa de gran fidelidad a los reyes de Castilla en unas épocas
en las que las fronteras solían ser muy inestables y las revueltas frecuentes.
En esta población se pueden admirar hasta siete iglesias y tres ermitas. A
destacar las de San Juan del Mercado, la de San Gil y la de San Bartolomé.

Muy
interesante realizar un alto en el camino para contemplar el castillo
monumental de Jadraque, dominando el valle del río Henares.
Siguiendo
a través de la provincia de Guadalajara, Sigüenza es el siguiente punto de
especial interés. Ciudad muy antigua (Plinio el viejo ya la mencionaba en el
siglo I a.C.), durante la época romana tuvo su importancia dado que formaba
parte de la vía que comunicaba Mérida (Emérita Augusta) con Zaragoza (Caesar
Augusta).
La
“Ciudad del Doncel” perdió relevancia durante la dominación musulmana a favor
de Medinaceli. Se ha llegado a afirmar también acerca de la toma de la ciudad
por parte del Cid, no en balde durante el reinado de Fernando I fue uno de los
marcados objetivos de las incursiones cristianas.
Dejando
atrás Alcolea del Pinar, el municipio de Anguita se encuentra en plena rama
castellana del Sistema Ibérico, la sierra Ministra por donde pasa el río
Tajuña, afluente del Jarama, yendo a parar sus aguas al Tajo. Más adelante,
Luzón, Ciruelos del Pinar, Maranchón y Layna, aproximan al enclave, sin duda,
más importante de esta ruta: Medinaceli.
EN TIERRAS DE MEDINACELI
Mirador
dilatado sobre una colina, la villa de Medinaceli, hermoso mundo de piedra en
el que la historia y los hombres escribieron su memoria intensa, es hoy lugar
donde el viajero puede callejear sin prisa y sentirse trasladado a la época
medieval. Con la encrucijada escrita en el tiempo y el espacio, el estratégico
castro que los celtíberos fundaron con el nombre de Occilis, no podía tener
otro destino que el de ver superponerse a la historia.
Importante
durante la conquista romana y capital musulmana de la Marca Media, fue escenario de
múltiples batallas entre los reinos cristianos, para continuar por los
vericuetos de los siglos hasta la creación del Ducado de Medinaceli por los
Reyes Católicos. En ella se cree que duerme el sueño eterno del azote musulmán
Almanzor.
En
este mismo lugar fronterizo entre la historia y la leyenda, el Cid mantiene un
recuerdo doble: por un lado, un Cantar
que alude en varias ocasiones a la villa; por otro, el posible origen de uno de
los autores del Poema medieval y anónimo. Hecha así, con los milagros de
memorias y mitos, recuerda de forma permanente su origen antiguo en piedras y
ceremonias.
Continuando
el Camino del Cid en los límites
fronterizos de Castilla y Aragón, entre Soria y Zaragoza, después de Medinaceli
la ruta lleva al viajero por Jubera, Arcos de Jalón y Montuenga hasta alcanzar
Santa María de Huerta,
una de las principales
joyas de la arquitectura cisterciense.

En
la plaza que da acceso al monasterio, de inmediato resalta la fachada de la
iglesia, de final del siglo XII, que primitivamente constaba de tres cuerpos.
En ella se abre una gran portada abocinada con seis arquivoltas decoradas con
diferentes esquemas geométricos. Sobre
la puerta, destaca el rosetón, inmenso e imponente, formado por cuatro
circunferencias concéntricas que se adornan con puntas de diamante, enmarcando
doce arquillos trilobulados.
El
monasterio es básicamente un edificio medieval. En los siglos posteriores se
suprimieron o modificaron algunas dependencias, se añadieron otras con sus
correspondientes estilos artísticos, pero es en el conjunto primitivo donde se
encuentran las peculiares características de la arquitectura propia de la Orden.
El
monasterio de Santa María de Huerta no es un monumento de gloriosas ruinas,
tiene la inmensa suerte de albergar una comunidad de monjes cistercienses que
continúan su historia y dan vida a todo su conjunto.
La comunidad monástica, tan variada en
formación, edad o lugar de procedencia, no se ha unido para vivir juntos por
ninguna afinidad o proyecto humano, sino por una común llamada divina en este
peculiar carisma dentro de la
Iglesia. De ahí también la preocupación porque la unidad
fraterna se extienda más allá de los muros del monasterio. Esta es una
inquietud que empuja a los monjes a abrir sus puertas a todos aquellos que
buscan un lugar de reencuentro espiritual.
Tanto en la montaña como en el llano,
atravesando las rutas castellano-leonesas y mezclados con sus gentes, se revela
una fuerza interior robusta, una noble dignidad heredada de los viejos
hidalgos, una grandeza severa y un señorío tales que, el viajero llega a sentirse
subyugado y atraído con la fuerza de un remolino del que resulta difícil
escapar.
LA RUTA LLEGA
A ARAGÓN
“Fariza”
conserva casi intacto su nombre árabe. En la actualidad se la conoce como Ariza
y se trata del primer pueblo de la provincia de Zaragoza. Era una fortaleza
mencionada en la crónica de al-Udri, contemporánea del paso del Cid por estas
tierras, siendo aludida en el Cantar.
Durante la dominación musulmana poseía una mezquita, como lo atestiguan los
nombres de varias de sus calles y murallas con tres puertas de acceso. En el
siglo XI se trataba de una de las localidades más importantes del valle del
Jalón. Fue reconquistada por Alfonso I (El Batallador) para el reino de Aragón.

Muy
pequeño debió ser siempre el castillo de Alhama de Aragón, el siguiente enclave
de esta ruta, encaramado sobre la cresta rocosa que obliga al río Jalón a pasar
sus aguas a través de un desfiladero. Alhama figura entre las conquistas del
Cid (1071) y es mencionada en el Cantar.
Situado
a pocos kilómetros del final de esta ruta y perteneciente a la comarca de
Calatayud, en Castejón de las Armas y a orillas del río Piedra, se alzan sobre un
espolón dos pequeñas torres, vestigios de una antigua fortificación.
Más
allá de Castejón el camino llega a Ateca. Esta villa ribereña del Jalón, de
fuerte matiz mudéjar -a lo que contribuyen sus dos torres de ladrillo- se
asienta en posición típicamente medieval; sobre un espolón que domina la
confluencia de los ríos Jalón y Manubles. Su castillo es fácil de reconocer por
estar medio confundido entre casas y corrales en la copa más alta del espolón.
Al igual que sucede con las poblaciones anteriormente citadas, Ateca fue
ocupada por el Cid (1071) y figura en el célebre Cantar.
Como
hecho singular, cabe mencionar que a lo largo de este tramo aparecen los
primeros ejemplos del llamado mudéjar aragonés, declarado Patrimonio de la Humanidad.
La
siguiente etapa, de acuerdo con el Cantar
del Mío Cid, conduce al viajero desde las inmediaciones de Calatayud, uno
de los más importantes conjuntos amurallados islámicos de España, hasta la
sierra de Albarracín: Las tres Taifas.
(Ver
interesante colección gráfica de este reportaje en GALERIA DE FOTOS)