Lawrence de Arabia tenía
bien claro por qué le fascinaba tanto el desierto: “estaba limpio”. La
experiencia de escalar una duna cambiante incluye un silencio sobrecogedor y la insólita certeza
de estar en un lugar en el que no se dan las condiciones para la vida o, al
menos, para una vida cómoda. Sí, justo como haber aterrizado en otro planeta.
Todas esas emociones se
disparan cuando se pisa el desierto del Sahara, el de mayor extensión en todo
el mundo. El mar de arena (Erg) tunecino comienza 50 kilómetros al sur
de la moderna y acogedora ciudad de Douz y cruza 500 kilómetros hacia
el suroeste.
Aquí acaba el dominio
del antiguo Imperio Romano y empieza la tierra de los bereberes, los nómadas
que introdujeron los camellos en Túnez en el siglo IV y que siguen habitando
las arenas.
Esta reluciente tierra
yerma se puede sobrevolar en avioneta, pisar en quad, disfrutar en kart-cross
o recorrer en un vehículo 4x4. Pero lo que nunca deja de llamar la atención del
viajero es el camello, un transporte cotidiano aquí y una experiencia exótica
para quienes lo prueban por primera vez. Los circuitos más típicos duran uno o
dos días, pero es a medida que se adentra uno en el sur del país cuando el
desierto exhibe su belleza más desnuda. Allí, las arenas esconden tesoros como
la ciudad de Tozeur, con una medina única, o Matmata, donde se puede dormir en
hoteles cráter de aspecto muy lunar.
El desierto es, como el
mar, siempre el mismo y siempre renovado y con vientos en lugar de mareas. Aquí
los cambios se cuentan por siglos, pero en este lugar fuera del tiempo de vez
en cuando ocurren cosas como el tren minero del siglo XX reconvertido en
turístico, el llamado Lagarto Rojo, que parte a unos kilómetros de Tozeur para
recorrer durante una hora y media los desfiladeros del río Selva. Pero nada ha
atraído tanto una renovada atención como los decorados de La Guerra de las Galaxias, situados aquí por
George Lucas, que buscaba otro planeta dentro de este planeta. Todo un mundo,
Tataouine, desaparecía en un segundo en la primera de las películas filmadas,
pero en Túnez goza de buena salud. Se puede disponer de sus calles en exclusiva
para eventos y todo tipo de incentivos.
Pero en el desierto
tunecino, que parece no acabarse nunca, la oferta de actividades es igual de
amplia y a los deportes se suman las excursiones: no sólo cada duna puede ser
el asentamiento de un campamento alrededor de una hoguera, si no que la ruta de
los oasis nos recuerda (de verdad) lo importante que es el agua y el desierto
de sal nos habla a gritos de la belleza de lo difícil.