Han transcurrido casi dos meses desde que se produjo la
tragedia de Nepal y algunos países limítrofes con el Himalaya, y siguen
apareciendo cadáveres entre los escombros, a la vez que los desaparecidos se
cuentan por centenares. Por su parte, miles de heridos aún tratan de
recuperarse.
Más de la mitad de la población ha abandonado la ciudad
de Kathmandú. Son muchos los que viven a
la intemperie, entre las ruinas de las que fueron sus casas y por temor a
nuevos terremotos. El miedo les atenaza y el hambre se ha convertido en otro
grave problema y las ONG que trabajan en la zona tienen serias dificultades de
suministros.
Por si fuera poco ha hecho su aparición el monzón. De
momento las fuertes lluvias dejan 21 muertos y 27 permanecen en paradero
desconocido a consecuencia de deslizamientos de tierra provocados por estas
lluvias, especialmente en el noroeste
del país. Según indicó un portavoz del Ministerio del Interior nepalí, los
deslizamientos han causado la destrucción de un número indeterminado de
viviendas, y el Ejército y la Policía está participando en las operaciones de rescate y búsqueda de los desaparecidos.
La población infantil siempre es la víctima de las
guerras, el hambre, la explotación, los abusos… y la falta de ayudas sociales,
como sucede en el presente caso, de las terribles desgracias. Hay que
reflexionar al respecto y no mirar hacia otro lado. Es el momento de construir
una nueva fraternidad universal basada en la dignidad y los derechos de todas las
personas. Hay que recuperar el significado más profundo de la caridad y la
solidaridad. Debemos romper con el modelo de vida vigente que sólo genera
exclusión y proponer nuevos estilos de vida que lo cambien.
Muchas ONG están trabajando y también muchos voluntarios,
pero su inmensa labor solidaria nunca es suficiente. Nuestra ayuda es esencial
para que continúen trabajando. Los niños lo necesitan.
Los niños de Nepal muy especialmente, y también los de la
India y el Tíbet, lanzan al resto del mundo una súplica: que no sean olvidados.